La película argentina Un buen día se estrenó en 2010 y tuvo un efímero paso por los cines. Dirigida por Nicolás del Boca –padre de Andrea del Boca y director de telenovelas–, sigue a Fabiana y Manuel, dos argentinos en Long Beach (Estados Unidos). Ellos se encuentran, se conocen y conversan, en una especie de Antes del amanecer condensada, escrita y producida por Enrique “Quique” Torres –yerno del director–, que quiso “hacer un guion de solo dos personajes y ver si no se me caía”, en sus palabras.
Un buen día está protagonizada por Lucila Solá, Aníbal Silveyra y Andrea del Boca, en un papel secundario, aunque con el tiempo, ni una sola escena de esta película sería secundaria. Y todo fue gracias a un análisis cinematográfico exhaustivo que hizo el Grupo de Apreciación de Un buen día, una comunidad de Facebook.
Allí, y durante mucho tiempo, compartieron material, lecturas e interpretaciones de esta película que repentinamente se volvió de culto. Luego se realizó un fan film, producto del entusiasmo activo con el que se veía y compartía dicha cinta. Luego empezaron las proyecciones, que despertaron el interés del cineasta Néstor Frenkel, quien terminó realizando Después de un buen día, que presentó ayer viernes en el BAFICI, antes de su estreno comercial en junio.
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Hay equipo. Frenkel es un documentalista que tiene una preferencia casi instintiva por historias que parecen difíciles de contar por su compacta densidad. Construcción de una ciudad, El gran simulador, El coso, Amateur, Buscando a Reynolds, Todo el año es Navidad son algunos de sus trabajos. “Suelo tratar temas de nicho de los que se habla en algunos lugares”, define en diálogo con PERFIL. En este caso, aborda la realización de Un buen día, por parte de Quique Torres, insigne guionista de televisión de, entre otras, Muñeca brava, Cebollitas, Perla negra, entre otras. A través de él, describe algunos núcleos narrativos de su vida y, en paralelo, se acerca a lo que generó el “exitoso fracaso” que fue su famosa película.
Al animador y escritor Mario González siempre le gustó el trabajo de Frenkel. Además de ser uno de los miembros más activos del Grupo de Apreciación, organizaba las proyecciones de Un buen día. En el documental se lo presenta como una especie de museo de la película. Un día Mario acudió a un taller de análisis para proyectos documentales que daba Néstor con una idea. En contrapartida, este le propuso que hiciera un documental sobre las proyecciones de Un…, pero él sentía que era un tema demasiado personal. “Y ahí entré yo”, dice Frenkel. “La historia estaba buenísima, estaba documentada y tenía un final genial. Para ese entonces, yo todavía no había visto la película”.
—¿Y cuándo la viste?
—Cuando el proyecto estaba muy adelantado. Lo postergué porque me parecía importante mantener mi punto de entrada, que era el fenómeno más que el objeto en sí mismo. En cierto momento me di cuenta de que ya era momento de verla, para incorporarla a mi trabajo.
—¿Qué sentiste al verla?
—Creo que soy el espectador más extraño que puede tener la película, porque tenía muchísima información. Y no me parece para nada la peor película y tampoco me parece espectacular. Es única, anómala, excéntrica, difícil de comparar con otras. Es un objeto único y eso no es algo fácil de encontrar, porque hay miles de películas. Algo que mueva cosas dormidas en gente tan distinta, nos hace creer que existe la magia.
—¿“Un buen día” tiene magia?
—Hay una alquimia que conmueve, y no sabés por qué; es difícil que la película despierte indiferencia. A la gente le pasan cosas y necesita decirlas, volver a verla. Y hay mucha, no necesariamente del grupo (de apreciación) que la ven una vez por mes, aunque sea algunas escenas. Es una mezcla de ingredientes que da como resultado algo explosivo. ¡Y ahí funciona la magia! Por otro lado, está la potencia de Quique Torres: una fuerza, una energía, una confianza, un talento, una mirada que genera cosas muy fuertes.
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—En tu película, un crítico dice que “es cine en una etapa prehistórica: el cine antes del cine”.
—Sí, y es peyorativo, pero al mismo tiempo es arte puro.
—¿Quique Torres se entusiasmó con “Después de un buen día”?
—Sí; le puso una energía que se ve en su obra. Es un hombre acostumbrado al éxito y Un buen día es su gran fracaso que se convirtió en un éxito por otros medios. Y consiguió otra forma de reconocimiento y de distinción.
—¿Y en cuanto a Aníbal Silveyra, el protagonista?
—Sabía que era el más damnificado por ser quien puso la cara. Y quedó muy marcado, por su imagen. Fue fuerte para él y yo tenía miedo de que no quisiera participar. Pero aceptó enseguida y fue supergenuino y generoso compartiendo lo que pudo procesar y lo que no. Puso sus alegrías y sus tristezas frente a la cámara. Mostró una verdad, que potencia cualquier forma de trabajo documental. Y creo que para él fue un momento catártico. Tener que enfrentarse a eso lo hizo reflexionar y en las sucesivas veces que lo vi, me di cuenta de que había estado reflexionando sobre el proceso.
—Testimoniar en un documental obliga a una síntesis y a expresar una verdad.
—La verdad…, en ese momento. El documental tiene el riesgo de que las cosas se cristalizan. Pero la que se cristalizó fue la de ese momento.
—Solo faltó Lucila Solá, la otra protagonista.
—No quiso y es más que respetable, y no hubo ningún conflicto alguno. También faltó el director, Nicolás, que falleció, pero pudimos tenerlo con archivo.
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—¿Qué es para vos “Un buen día” y el fenómeno que la rodea?
—Me acerqué con distancia y eso me ayuda a no sacar conclusiones, aunque al mismo tiempo, la película es la conclusión. Hay muchas ideas posibles porque se trata de algo inmaterial que no se puede controlar y que confirma que las obras son más grandes que los artistas.
—Y este es el caso paradigmático.
—Cuanto más interesante sea la verdad que uno tiene para proponer, más va a conmover.
—Es como si el Grupo de Apreciación… hizo una gesta contra el snobismo.
—Esas gestas a veces pueden dar la vuelta y volverse snobs; no fue el caso; fue algo genuino. Quique Torres hizo la película que quiso, con su plata y con la gente que quería. Por eso hay algo de grito de libertad en la búsqueda del grupo: déjennos disfrutar de lo que queremos sin decirnos lo que está mal. Ahí entran esos conceptos resbalosos –que no me gustan–como son placer culposo y consumo irónico.