La elección del enemigo equivocado

La llegada de Javier Milei al poder se produjo en un contexto de desazón emocional que registra pocos antecedentes en la vida de la sociedad argentina. Los analistas de opinión pública que durante la campaña electoral registraron ese fenómeno se sorprendieron por su profundidad. Ciudadanos atemorizados por la falta de una perspectiva de futuro. Padres y madres con la mortificación de no poder ofrecer a sus hijos satisfacciones mínimas. Empleados formales sometidos al vértigo del descenso a la informalidad o a la pobreza. La repetición de una frase: “Esto ya no es vida”. Y la apuesta a un cambio radical, aunque signifique un salto hacia lo desconocido. Así adquirió Milei su significado.

Ese paisaje se fue configurando por muchos motivos. Pero hubo un factor principal. El deterioro acelerado de la clase media. Muchísimos excluidos del sistema sufren una percepción singular: se sienten expulsados. Es decir, creen tener un derecho legítimo a vivir en condiciones que la economía ya no les facilita. El deterioro se manifiesta en una evidencia dolorosa: viven existencias más modestas que las de sus padres. Y sospechan que sus hijos estarán todavía peor.

Esta inercia hacia el subsuelo se aceleró en los últimos meses, como consecuencia del descalabro de la economía que provocaron Alberto Fernández y su equipo. Martín González-Rozada consignó en su último estudio publicado por la Universidad Torcuato Di Tella que el promedio de pobreza del semestre octubre 2023-marzo 2024 fue de 48,3%. La medición anterior, que registraba el semestre septiembre 2023–febrero 2024, había resultado en un 44,9%. Dos puntos porcentuales más que el semestre agosto 2023-enero 2024. Quiere decir que la creación de nuevos pobres es muy acelerada. Milei captó mejor que el resto de los candidatos el clima social de este retroceso.

Esa capacidad especial para interpretar el sentimiento colectivo y dotarlo de una representación política es la que vuelve más enigmática la dificultad del Presidente para interpretar la movilización que se produjo este martes en defensa de la universidad pública. Para esas familias que vieron reducidos sus ingresos, que debieron sacar a sus hijos de un colegio bilingüe para mandarlos a uno parroquial, o del parroquial al público, que se vieron obligadas a reducir su cobertura médica porque no pueden solventar el plan que les ofrecía la prepaga, la obtención de un título universitario es vista como la única salida para mejorar el porvenir. La única vía disponible para que sus hijos reviertan la caída en espiral.

Dicho de otro modo: el impulso que llevó a esas decenas de miles de jóvenes a salir a la calle es el mismo impulso que llevó a muchos argentinos a votar a Milei. Por eso es llamativo que el candidato que recorrió el país en 2023 no se haya visto en el espejo de esa muchedumbre de estudiantes, la mayor parte muy modestos, desprovistos de consignas partidarias, que regresaban pacíficos, en pequeños grupos, hacia sus barrios, durante el anochecer del martes.

Esos chicos fueron movidos por un sueño de progreso. El mismo sueño que a muchos de ellos los conectó con la figura de Milei, con la expectativa de ver que se puede doblegar la fatalidad de la decadencia. Ese sueño es un sueño antiguo, que distinguió la existencia moderna de la Argentina y que quedó cifrado en M’hijo el Dotor, la obra que Florencio Sánchez estrenó en el Teatro de la Comedia el 13 de agosto de 1903. Ese sueño argentino no sólo sigue vivo. En las últimas décadas se multiplicó.

Daniel Schteingart graficó el incremento de estudiantes terciarios desde 1970 hasta 2021. Fue desde 275.000, el 1,2% de la población, hasta 3,7 millones, el 8,1% de la población. El gran salto se produjo a mediados de los 90 y tiene que ver con la creación de nuevas universidades, sobre todo en el conurbano bonaerense. Si no se advierte esta transformación en cámara lenta, es muy difícil que se comprenda lo que pasó anteayer.

La reacción de Milei fue muy rudimentaria. Se quejó por ser malinterpretado. Aseguró que no quiere cerrar las universidades. Es verdad. Nunca dijo tener ese propósito. Pero él debería saber, mucho más que nadie, que el discurso político se constituye cada vez menos sobre afirmaciones rigurosas. Por ejemplo, cuando el candidato Milei prometía que la víctima principal de su draconiana motosierra sería la maldita casta, no anticipaba lo que al fin y al cabo sucedió: que el 35% de la reducción interanual real del gasto primario lo iban a soportar los jubilados. Milei quería decir que, a diferencia de sus contrincantes, él no tendría inhibiciones para afectar a la dirigencia política. Como decía Chesterton, “la exageración es el microscopio de los hechos”.

Ahora al Presidente le dieron a probar de la misma simplificación. La consigna de la movilización fue que la existencia de la universidad pública está siendo amenazada por su gobierno. Lo que sucede es otra cosa. Según datos del economista Javier Curcio, si se proyecta el crecimiento que se presume para todo el año, e incorporando la última actualización de partidas, el programa de Desarrollo de Educación Superior, con el que se financian 50 universidades, será en 2024 el 0,22% del PBI. En 2018 fue de 0,18%; en 2019 de 0,69%; en 2020 de 0,76%; en 2021 de 0,68% y en 2023 de 0,73%. Un detalle curioso: para desafiar muchos prejuicios, quien en los últimos años financió a las universidades con mayor generosidad fue Mauricio Macri.

Las estadísticas de Curcio no demuestran un cierre. Pero sí una estrangulación. Ese proceso hace juego con los recursos destinados a la UBA. Según Jorge Barreto, caerán a lo largo de este año un 72% respecto del año pasado.

Ninguna de estas cifras autoriza a hablar, en sentido estricto, de la clausura de las universidades. Pero el torniquete fiscal que soportan se inscribe sobre un telón de fondo que vuelve verosímil la amenaza. Por ejemplo, Milei ha confesado en varias oportunidades su predilección por un sistema de educación privado. En la plataforma de La Libertad Avanza para las elecciones de 2023 la educación es el capítulo más breve, reducido a apenas nueve proposiciones. Contrasta con las 47 dedicadas a Seguridad, o las 28 relacionadas con Salud. Entre esas nueve no hay referencia alguna a la educación superior. Si a estos datos se agrega el color de las declaraciones de Milei en contra de la obligatoriedad de la enseñanza, intensificado hace semanas por el diputado Alberto “Bertie” Benegas Lynch, es evidente que el oficialismo ha trabajado para quienes denuncia como malintencionados detractores.

Apenas concluyó la manifestación, y de nuevo ayer, con más tiempo para pensar las novedades, Milei ofreció su interpretación de los hechos. Fueron mensajes sorprendentes por un rasgo principal: habló como un típico exponente de “la casta”. Es decir, denostó lo que había sucedido como una patraña de políticos y dirigió su diatriba a “Massa, Cristina, Lousteau, Yacobitti, la CGT y el radicalismo cómplice y todos los demás miembros de la clase política que se oponen a cualquier cambio”. Es decir: Milei interpretó que la multitudinaria movilización en favor de la educación pública obedeció a las manipulaciones de un grupo de dirigentes. Una imagen del comportamiento social propia de la cultura burocrática que él desprecia.

Massa, Cristina, Lousteau, Yacobitti, la CGT y el radicalismo cómplice” deberían estar agradecidos a Milei. Él les concede una capacidad que ellos desean, o añoran, según él caso. Si esos dirigentes pudieran motivar la manifestación de anteayer, Milei no sería presidente. Esta forma de encarar el problema al que quedó expuesto, revela que el Presidente recurre al mismo método ante circunstancias que son muy distintas.

Ese método consiste en estimular los sentimientos de frustración de la opinión pública para dirigirlo en contra de las élites, en especial de la clase política. No es un procedimiento novedoso. Los Kirchner hacían que “el pueblo” oliera el sweater de “las corporaciones” o de “los poderes concentrados” para lanzarse contra ellos. Con más suavidad, Jaime Durán Barba indujo a Macri a menospreciar al “círculo rojo”, la versión cromática de “la casta”. Milei profundiza hasta la exageración la misma línea.

Es una estrategia muy frecuente, en la que se han inspirado muchos líderes populistas. Desde Beppe Grillo, el cómico italiano fundador del movimiento Cinco Estrellas, hasta Donald Trump, instruido por Steve Bannon. El temperamental Milei parece diseñado a la medida de ese marketing. Su asesor, Santiago Caputo, explica a menudo a sus amigos: “Nosotros jugamos siempre a la misma ficha. Cuando veas a la dirigencia tradicional, colocanos enfrente y nunca te vas a equivocar”. Esa táctica ya tiene bastante desarrollo conceptual entre los expertos en campañas. Una de las mejores descripciones es la de Giuliano da Empoli, autor del excelente Ingenieros del caos. Allí este profesor suizo-italiano expone el corazón de ese sistema, basado en una premisa: el odio motiva y abroquela más que los sentimientos positivos. La misión de la maquinaria de comunicación de un líder es, entonces, identificar todos los días un tema que domine el debate colectivo desencadenando la animadversión de un grupo contra otro. La legitimidad de los argumentos, la veracidad de los datos, es por completo prescindible. Para dar un ejemplo: un recorte presupuestario puede ser presentado como la pretensión de cerrar la universidad.

Da Empoli reflexionó sobre el funcionamiento de esta maquinaria en una interesantísima novela llamada El mago del Kremlin. Allí el protagonista principal, Vadim Baranov, cerebro político de Putin, expone lo siguiente: “Stalin había comprendido que la ira es un factor estructural. Según los períodos, aumenta o disminuye, pero nunca desaparece. Es una de las corrientes de fondo que rigen la sociedad. La cuestión, por tanto, no es tratar de combatirla, sino tan solo administrarla: para que no se desborde y lo destruya todo a su paso hay que tener previstos constantemente canales de evacuación. Situaciones en las que la rabia pueda fluir con libertad sin poner en peligro el sistema. Reprimir la disidencia es poco sutil. Controlar el flujo de rabia para evitar que se acumule es más complicado, pero mucho más eficaz. Durante años, mi trabajo en el fondo no consistió en otra cosa que en esa”.

En la novela de Da Empoli, Baranov suele ocultarse tras un pseudónimo: Nicola Brandeis. Es curioso: varios funcionarios del Gobierno atribuyeron a Santiago Caputo ser el titular secreto de la cuenta Enfant Terrible, de la red social X. Al poco tiempo de revelarse esta supuesta identificación, la cuenta fue cerrada. ¿El nombre real de la cuenta? @nicolabrandeis. ¿Caputo se autopercibe como el mago del Kremlin? Supersticiones.

El método Milei-Caputo parece sacado de la literatura de Da Empoli. A cada día le corresponde un enemigo. Puede ser un periodista, un diputado, una institución. Se trata de hacer fluir la rabia. Hay un dispositivo digital al servicio de esa batalla casi rutinaria. Un ejército de trolls o de individuos de carne y hueso a los que todas las mañanas se les envía el material crudo que deben transformar en mensajes injuriosos o memes divertidos. A veces ni siquiera hay que pagarles: cuando el tema se convierte en trending topic hay plataformas dispuestas a remunerar la circulación de mensajes que provocan. Para administrar esta política, Caputo recurrió a sus socios de la consultora Move. Guillermo Garat, ex asesor de Eduardo “Wado” De Pedro fue a YPF. Diego “Derek” Hampton se impuso en la Ansés. Varias colaboradoras de Move fueron destacadas en el PAMI. Aterrizaje en las grandes cajas sin las cuales la lucha contra la casta se hace demasiado desigual. Lecciones aprendidas de La Cámpora.

El problema aparece cuando lo que está enfrente no es la casta. Cuando se trata de gente del común, con motivaciones propias. Por ejemplo, estudiantes temerosos de no poder continuar con sus carreras. Es lo que pasó el martes. Milei y sus colaboradores quedaron pedaleando en el aire de su procedimiento. No la vieron.

O la vieron tarde. Ayer hubo un debate en el núcleo íntimo del Gobierno. Hubo que reconocer que el conflicto con las universidades estaba planteado desde hace semanas y nadie se hizo cargo de disolverlo. La señal de esa autocrítica es el recambio de agentes y la apertura de una negociación, como informa Jaime Rosemberg en LA NACION. El agresivo Alejandro Álvarez fue reemplazado por Carlos Torrendell. Deberán evitar traumas por venir: por ejemplo, la suspensión de los servicios de los hospitales universitarios.

La presentación de esas multitudes como la masa de maniobra de dirigentes partidarios o gremiales resulta fantasiosa. Es muy improbable que los políticos que pretendieron ponerse al frente de la concentración estén en condiciones de capitalizarla. Se parecen más a un pelotón de “ventajitas”. Muchos de ellos quisieron montar sus desvelos corporativos sobre el reclamo juvenil. En las diatribas de Milei hay argumentos verdaderos. Muchas universidades están vampirizadas por conducciones corruptas, que en muchos casos han sido materia de expedientes judiciales. Varios rectores se pusieron al servicio de funcionarios inescrupulosos que recurrieron a los claustros académicos para obtener, a muy buen precio, una pátina de corrección para sus desmanejos administrativos. No hay que pensar sólo en el kirchnerismo. Ya Eduardo Duhalde en los ‘90 hacía “auditar” su Fondo del Conurbano en la Universidad de La Plata. El abrazo Perón-Balbín llevado a una expresión patibularia.

Milei cuenta con muchas fuentes para conocer estas miserias. Amigos de sus odiados Martín Lousteau y Emiliano Yacobitti, como Esteban Leguizamo o Carlos Zamparolo, forman parte del elenco más activo del área de Salud. Y Maximiliano Keczeli, secretario Legal del Ministerio de Capital Humano, podría haber sido un interlocutor más que amigable de los hermanos Nejamkis: Lucas, secretario privado de Antonio Stiuso, y Facundo, íntimo del vicerrector Yacobitti. No pudo ser: la volcánica Sandra Pettovello exoneró también a Keczeli mientras el estudiantado llegaba a Plaza de Mayo. Igual siempre hay margen de negociación: ayer, por ejemplo, el sindicalismo festejó que de la ley ómnibus habían desaparecido los 40 artículos que más los irritaban.

No son las únicas continuidades entre el Gobierno y los dirigentes a los que Milei atribuye la embestida. La Aduana está convulsionada por las versiones cada vez más insistentes de un pacto entre Santiago Caputo y Guillermo Michel, un (¿ex?) leal a Massa. Participaría el libertario Sergio Vargas, senador de la Legislatura bonaerense y alter ego de Michel. Alguien buscó para ese acuerdo, que amenaza con mantener en el comercio exterior las escandalosas irregularidades que se denunciaron durante la gestión aduanera de Massa-Michel, al jefe de la AFI, Silvestre “Six” Sívori. Pero Sívori jura no tener nada que ver con esos movimientos.

Estas continuidades subyacen a la guerra contra “la casta” que se alimenta en la superficie. Esa lógica fue desafiada por la aparición de la muchedumbre estudiantil. Es verdad, como imagina Milei, que quienes pretenden obstruirlo fantasean con que esa protesta sea el comienzo de su deterioro popular. El Presidente apuesta a que la economía juegue a su favor. Cuenta con algunos datos interesantes. Ayer el economista Luciano Cohan publicó una medición de su consultora, Alphacast, en la que la inflación núcleo de las últimas cuatro semanas habría sido 0%. Es un número muy promisorio que, de verificarse, indicaría una leve recuperación del salario en relación, sobre todo, con los bienes de consumo. La política es una carrera entre novedades como la de Cohan y la aparición de un malhumor social que sostenga una jugada opositora.

Es muy posible que la manifestación de los estudiantes no sea la plataforma de este segundo escenario. Que exprese un temor específico, más que el malhumor frente al ajuste. Es difícil imaginar que la desdibujada dirigencia opositora pueda aprovecharla en su propio beneficio. Pero, por eso mismo, representa una gran novedad para Milei. Se trata de un sector de la ciudadanía, nada menos que los jóvenes, que le hace saber que no todo cambio es tolerable. Tiene un aire de familia con movimientos similares. El más cercano en la memoria, la aparición de la oleada universitaria que sacudió a Sebastián Piñera y avanzó después sobre Michelle Bachelet, que la había promovido. ¿Aparecerá una Camila Vallejo de este lado de los Andes? No se trata de un frente estructurado. Es un espacio de disidencia potencial. Surgido del mismo suelo de temor y desencanto del que brotó Milei.

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