Se lo podría definir como un cordobés sin tonada. Explicará Franco Verdoia que se debe por haber nacido en Las Varillas, ciudad alejada de la capital. Otro rasgo infrecuente en estos tiempos es que tiene dos espectáculos suyos en la actual cartelera teatral. Estrenó en la sala Luisa Vehil del Nacional Cervantes su última creación Matar a un elefante que se puede ver de jueves a domingos a las 17.30. El elenco es íntegramente cordobés: Gabriel Carasso, Berenice Gandullo, Julieta Lastra, Gerardo Serre y Sebastián Suñé. Mientras que los miércoles a las 20.30 se sigue representando desde el 2019 Late el corazón de un perro, en el Espacio Callejón.
—¿Teatro o cine?¿Dramaturgo o director?
—Mi primera formación es la de actor. Me fui del pueblo a los diecisiete años, con la ilusión de formarme como intérprete y vivir de la actuación. En ese momento –1995– el único lugar donde sentí que podía recibir una formación Buenos Aires. Casualmente nos vinimos con Gerardo Serre y empezamos a estudiar con Agustín Alezzo. También sentí inquietud por lo que el cine ofrecía, como espacio de experimentación, e hice mi formación en la Escuela de Eliseo Subiela.
Esto no les gusta a los autoritarios
El ejercicio del periodismo profesional y crítico es un pilar fundamental de la democracia. Por eso molesta a quienes creen ser los dueños de la verdad.
—¿Trabaste como actor?
—No por mucho tiempo, porque recibí una frustración muy grande. Formé parte de “Las Variaciones Goldberg” (2003), con dirección de Roberto Villanueva. Integré el elenco nada más, ni nada menos que con Alfredo Alcón, fue como haber llegado a La Meca. Sentí que de ahí en más no me iba a faltar trabajo. Nada de eso sucedió, vinieron meses sin audiciones, ni trabajos. Me di cuenta que como actor no podía resistir a esos embates de la profesión y que como director me sentía un poco más cómodo. Me costó mucho, pero al mismo tiempo esa frustración me dio un impulso para dedicarme a la dirección, a la escritura y a la autogestión, tanto en el cine como en el teatro.
—Desde el 2019 se representa “Late el corazón de un perro”…
—Fue una bendición poder materializar ese proyecto, ya que hacía bastante tiempo que no ensayaba teatro, porque estaba capturado por el cine. Venía de La vida después junto a Pablo Bardauil y estaba preproduciendo La chancha. Una amiga me pidió un texto para que estrenara Mónica Antonópulos y así se conformó el primer elenco del espectáculo junto a Diego Gentile y Silvina Sabater, quien se mantiene hasta el día de hoy.
—¿Cómo elegiste a los actores que están en el Teatro Cervantes?
—Cuando la escribí sentí que la oralidad de la obra iba a ser fundamental y que si en algún momento la dirigía lo iba a hacer con actores cordobeses nativos. Ya conocía a Gerardo (Serre) que también está ahora en “Late el corazón…” porque es de un pueblito al lado de Las Varillas, donde nací y llegamos juntos a Buenos Aires. También conocía a Berenice Gandullo, pero el resto salió de una audición abierta. Así sumé a Gabriel Carasso, Julieta Lastra y Sebastián Suñé. Fue hermoso porque sentí que no traicionaba la génesis del material. Es muy complejo cuando uno se mete con la partitura de los acentos de la región y se vuelve una dificultad extra.
—¿Por qué hay una crítica a las bienales y al arte postmoderno?
—Me parece que ahí hay mucho de la mirada de los que hemos estado en los confines del país sintiendo que quedábamos afuera de todo. Mostrar ese mundo que no nos es permitido acceder, porque no pertenecemos ya que tenés que ser de determinada estirpe y si no te sentís como un paria. No fui a un colegio bilingüe, vengo de un pueblo rural y me costó mucho encontrar un lugar. Quiero humildemente contar historias y escribir desde mi curiosidad. También me río un poco de mí mismo.
Los recorridos del artista
Franco Verdoia subrayará: “En el Cervantes contamos con un espacio, un sueldo y la disponibilidad de ensayar seis horas todos los días. Uno puede gestionar algún subsidio, pero hay muchísimas diferencias cuando accedés a los espacios oficiales, a mí nunca antes me había pasado como director. Todos los que formamos parte de Matar un elefante estamos haciendo nuestra primera experiencia en el Cervantes. El poder contar desde la vestuarista hasta toda la parte técnica, con gente maravillosa que ama lo que hace. Son artesanos que están permanentemente produciendo materiales para las obras que se estrenan en el teatro”.
También Franco Verdoia trabajó para Brasil. Recuerda: “Me gané una beca en la Fundación Carolina y estuve en Madrid, ahí conocí a Andréia Kaláboa y Guto Pasko, con una productora en Curitiba. Me llamaron para que codirigiera Contracapa, fueron trece episodios de una hora cada uno. Fue una experiencia arrolladora y enriquecedora dirigir una serie, por primera vez y en otro país”.
Ganó el Cóndor de Plata por “La chancha”, su ópera prima. “La filmamos íntegramente en Córdoba y ese era otro de mis sueños, volver a mi provincia, poder trabajar ahí y generar un equipo. Estamos en un momento muy crítico y siento que nuestra respuesta como artistas es hacer lo que más entrenados estamos, que es poner el cuerpo. El Incaa se está desmantelando, más allá de las auditorías, no por eso hay que hacer un desguace de las instituciones”, finaliza.