Cuando el arte teje una historia de amistad y redención

En la prisión de Stillwater, Minnesota, Fausto Cabrera conectó con una sensación parecida a la felicidad mientras participaba en los talleres de pintura y escritura. Estaba cumpliendo una condena de 26 años por un asesinato en medio de una discusión en un bar de Minneapolis. Peleas por chicas, drogas, alcohol y armas, sumados a una infancia con carencias afectivas, desembocaron en un disparo que terminó con la vida de un hombre inocente, que nada tenía que ver con la discusión.

En la cárcel, donde permaneció cerca de 17 años, descubrió el arte y la literatura y se asomó a una pasión que desconocía. Fue protagonista, sin proponérselo, de una historia increíble junto a Alec Soth, reconocido fotógrafo de la agencia Magnum, autor de libros icónicos como Sleeping by the Mississippi, donde retrata de manera poética a personajes un poco fuera del sistema.

Todo empezó cuando Fausto, inspirado por la imagen impecable de una faca carcelaria en la tapa de un libro de poemas, quiso comunicarse con el fotógrafo. Necesitaba contactar con otros creadores, gente con quien pudiera hablar de sentimientos y de procesos expresivos.

Por entonces había sido trasladado a la prisión de Rush City, menos amigable que Stillwater. Dentro de una celda de 14 m2 compartida con otro recluso debió poner en juego todos sus recursos para evitar convertirse en un zombie.

Por medio de una de sus visitas, obtuvo la dirección de Soth. El fotógrafo recibió su carta en papel, una rareza en estos tiempos. Cuando abrió el sobre proveniente de la Minnesota Correctional Facility, encontró una esquela respetuosa y un poema titulado “Todo lo que sé sobre facas carcelarias”.

“Había algo en la carta que hablaba de un tipo brillante y consciente de sí mismo”, recuerda Soth en una entrevista. “Excluido de Internet y de las redes sociales, basado apenas en los contenidos de la televisión, Cabrera, desde su encierro, se expresaba con la profundidad de un tiempo distinto, con un lenguaje que lograba transmitir su voz”.

«Entre ambos se fue consolidando una relación franca en la que hablaron sobre arte, encierro, literatura, filosofía, violencia racial y soledad»

“Quizá, eso no sea otra cosa que un don que vino con la maldición”, responde Fausto, cuyo nombre habla, de por sí, de logros y también de maldiciones.

Entre ambos se fue consolidando una relación franca en la que hablaron sobre arte, encierro, literatura, filosofía, violencia racial y soledad. Se sinceraron en un intercambio marcado por el ritmo lento del correo tradicional que hicieron propio. “Hay veces que al conocer gente nueva nos sentimos como si la hubiésemos conocido por años. Fue un reconocernos mirados y escuchados por el otro. Es fácil: nos hicimos amigos y decidimos hacer un proyecto juntos. Estoy muy feliz por eso, Alec es un tipo que me ha ayudado a superar la oscuridad y continúa cuidándome las espaldas”.

«Las cartas ofrecen una mirada al mundo contemporáneo desde ángulos tan distintos como la creación, la justicia, el asesinato de George Floyd o distintas formas de aislamiento»

En 2020, Alec Soth estaba trabajando en Roma y debió respetar la cuarentena del Covid 19. En su habitación de hotel sintió el encierro, pero también, al mismo tiempo, todo lo libre que podía ser a pesar de eso. Recordó a Fausto y su correspondencia y pensó que, juntos, podrían convertir ese material en un libro. Con el tiempo, la recopilación de esos nueve meses de conversación epistolar se convirtió en Los parámetros de tu jaula, publicado en 2022 por Little Brown Mushroom, la editorial de Soth.

Las cartas ofrecen una mirada al mundo contemporáneo desde ángulos tan distintos como la creación, la justicia, el asesinato de George Floyd o distintas formas de aislamiento, como la que nos impuso el Covid-19. No se trata de un libro acerca del tema carcelario, aunque no puede soslayarlo. Es, más bien, una intensa reflexión entre dos artistas, un intercambio de ideas que va desvelando y sanando rincones sombríos de ambas partes, sin juzgar.

“Con el tiempo todos chocamos con los parámetros de nuestra celda. Lo que hagamos al llegar a esas barras nos definirá”, es la frase de Fausto de la cual salió el título del libro. Al leerla, sentí la necesidad de hablar con ambos, pero fracasé en el intento. Me respondieron que no. Soth solo da entrevistas cuando lanza un nuevo libro o inaugura una muestra. STOP.

Me llené de impotencia. Acababa de toparme con los parámetros de mi propia jaula, pero no estaba dispuesta a perderme una historia tan interesante. Cuando todo parecía perdido, en Instagram apareció una foto de Fausto y Alec abrazados con la leyenda: “Finally!”. Al cabo de 21 años, Fausto estaba libre. Más abajo, aparecía su contacto. Era mi oportunidad. Fausto me respondió enseguida y acordamos un charla.

Me contó cómo el arte y la escritura lo habían ayudado a transitar los últimos años. “Fue como un camino de redención para salvar mi deuda con la sociedad. Pinto y escribo. En noviembre de 2019 ilustré la tapa de la revista del Washington Post, dedicada al tema carcelario. Por ahora debo convivir con esa realidad hasta que no haga falta mencionarla”.

Hablamos también de jaulas más cotidianas: las que construimos con miedos que nos limitan y paralizan. “De eso se trata. Cuando sentís que la vida te barre de un plumazo no entendés qué pasa. Necesitás analizarlo para ver qué hacer con eso. Es necesario enfrentarlo, aunque de entrada te sienten de culo”.

El proceso creativo es capaz de despertar en nosotros cosas que ignorábamos, dice, y las expresamos en palabras que nunca imaginamos poder decir. “Cuando la gente habla de las profundidades de la experiencia humana, parece que se tratase de opiniones provenientes de una larga reflexión. La mayoría de las veces yo no tengo idea acerca de lo que pienso sobre algo hasta que me lo preguntan. Cuando Alec y yo charlamos, no hacemos otra cosa que buscar algún criterio sobre el tema, para articularlo y que la cosa cobre sentido”.

Habla del estante pequeño que tenía en la celda, con poquísimos objetos personales, y yo pienso que es posible crear con casi nada, sirviéndose de lo más básico para hablar de lo esencial. “Soy un estoico. Si eso ya estaba en mi ADN o si lo adquirí durante mis años en prisión no importa. Yo me sentía en el último de los fondos, conocí lo que era estar en la oscuridad, en la desolación, habiéndolo perdido todo. Pero los desafíos del mundo llegan de cualquier manera. Lo que hacemos al respecto es nuestra responsabilidad”.

Alec Soth y Fausto Cabrera

Hoy, afuera, su jaula simplemente es más grande. Le pregunto si no le asustará perder, en le vértigo de la vida actual, parte de la profundidad que ganó durante su encierro, al tener tan poco contacto con el exterior. “La vida es vigorizante una vez que estás libre -dice-. Nunca voy a lamentarme por no estar en una celda de prisión usando el arte como salvavidas para no quedar catatónico. Jamás voy a extrañar ese lugar. Si alguien, alguna vez, siente que necesita ese tipo de parámetros, se trata de una persona muy poco agradecida o muy profundamente quebrada”.

Fausto dice que se siente confiado para producir trabajos de calidad que hablen de la condición humana en un lenguaje que nadie haya oído antes. “Gracias a mi correspondencia con Alec, me siento mucho menos intimidado por la vastedad de oportunidades que ahora se abren. Yo no busqué nada de todo lo que pasó tras la publicación del libro, pero así están las cosas ahora y lo agradezco. Tengo un mayor espectro de esperanza y fe en el porvenir. Ambos entendimos que, respecto de nuestra necesidad expresiva, queremos tomar más riesgos en este mundo, confiando en nuestros instintos”.

Hoy Fausto está en Florida, bajo el sol, cerca del mar. Escribe y ofrece su libro de poesía a editoriales. “Pienso seguir haciéndolo hasta lograr que lo acepten, lo publiquen y lo traduzcan para América Latina. Acaban de aceptarme un poema en la Denver Quarterly, una revista de vanguardia con sede en la Universidad de Denver”, cuenta.

Me quedo pensando en todas las experiencias que ha vivido. Las imagino como notas escritas cayéndole encima, una sobre otra, desdibujando lentamente el pasado, formando imágenes nuevas, parecidas a las de las fotografías que solía mirar en su celda. Imágenes que lo acercan, esta vez, de verdad, a mundos mejores.

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