El arriero que descifraba los vientos de la cordillera en el Jagüé

El paso del ganado vacuno desde Argentina hacia Chile a través de la Cordillera de los Andes, particularmente por el Jagüé, data del período colonial, desde el siglo XVIII con auge en el siglo XIX y tiene una larga historia vinculada con la expansión económica, el comercio y las tradiciones arrieras de ambas naciones. En las décadas de 1850 y 1860 hubo un claro apogeo en el uso de pasos cordilleranos como el Jagüé, con arrieros experimentados que se enfrentaban a la dureza del clima y la topografía andina para llevar el ganado al otro lado de la frontera.

El Jagüé o Jaguel es uno de los numerosos pasos cordilleranos que se han utilizado históricamente para estas actividades y está situado a 4500 metros sobre nivel del mar.

El tránsito de ganado vacuno, así como de mulas, caballos y otros animales, era una actividad de gran relevancia. Los arrieros, muchos de ellos de origen indígena o mestizo, desarrollaron gran conocimiento de los pasos y del clima hostil que enfrentaban en la cordillera. Esto implicaba recorrer largas distancias en condiciones adversas atravesando ríos, precipicios, con temperaturas extremas lo que hacía del cruce un verdadero desafío.

Don Pepe Scalet llegó de Trento, Italia, en 1926 y se radicó en Chilecito. Su padre le había transmitido los secretos de su empresa en el rubro carnicería. Con esta base empieza a abastecer a toda la provincia de La Rioja de carne vacuna proveniente de Santa Fe, y con el tiempo mantiene contactos comerciales con hacendados chilenos. Da comienzo a la titánica tarea de traer hacienda desde Santa Fe por medio del Ferrocarril en vagones jaula, hasta la estación de Nonogasta, Chilecito. Junto al grupo de arrieros partía rumbo a Chile llevando el ganado procedente de Santa Fe, de las provincias cercanas a la cordillera como La Rioja, San Juan, Mendoza y en ocasiones Catamarca y San Luis. Trescientas cabezas de vacunos integraban cada arreo. Una recua de mulas llevaba los víveres y los menesteres de cocina. También ponchos y puyos de los arrieros. Partían desde Nonogasta y el primer descanso lo hacían en el puesto de Cachiyuyal para continuar de noche por la cuesta de Miranda. Otro descanso era Piedra Pintada donde había hermosas vertientes, y un camión con fardos de pasto los esperaba. En la localidad de Villa Castelli alimentaban la hacienda con alfalfa durante 5 días mientras los arrieros compartían fogones entre charqui, mate y guitarra para proseguir el arreo hasta el pueblo de Vinchina. Finalmente, al llegar a Jagüé los animales eran alimentados durante 10 días. Allí se les colocaban los “callos”, 8 por animal. Los callos eran especies de herraduras para los vacunos y para el cruce de los Andes.

En Jagüé don Pepe se entrevistaba con el baquiano Liborio Ramos que conocía los secretos de la cordillera, conversaba con los vientos descifrando sus misterios y así aconsejaba a don Pepe la factibilidad o no de internarse con el arreo, los que se llevaban a cabo entre diciembre y mayo. Había que respetar la palabra del viejo Liborio quien decía: “cuando sienta que en la cordillera los vientos están ausentes, debe andar con mucho cuidau, porque naide sabe diande le aparece la niebla o viento blanco que no le deja ver ni sus propias manos”.

El sacrificio del arreo duraba 20 días. Durante el trayecto eran muy importantes los puntos clave, como los jagüeles, pozos o charcas de agua que brindaban la hidratación necesaria para las largas jornadas. El comercio de ganado por estos pasos era vital no solo para la alimentación en las ciudades chilenas, sino también para abastecer a las minas del norte chileno, como las de Atacama, donde se requería carne y bestias de carga. Con el tiempo esta actividad se fue formalizando hasta consolidar una conexión comercial que, aunque rudimentaria, fue fundamental para la economía local y para estrechar vínculos culturales entre los pueblos de ambos lados de los Andes.

Hoy en día, aunque el transporte de mercancías y ganado se realiza de forma más moderna y por rutas más accesibles, estos pasos históricos como el Jagüé, son recordados como símbolos del esfuerzo y la perseverancia de las primeras generaciones de arrieros que forjaron la conexión entre la Argentina y Chile a través de la cordillera.

Aún hoy la gente del oeste recuerda el bramar de la tierra cuando pasaba “la torada” y en los fogones cordilleranos nuevas generaciones de baquianos y arrieros evocan las anécdotas transmitidas por nuestros mayores.

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