El periodista Fernando Rosso publicó una columna en PERFIL titulada Milei es gramsciano en la que afirma que, a diferencia de lo que cree Javier Milei, la derecha en Argentina no tiene “instaurada una hegemonía” ni logró un “triunfo ideológico”. “Veo más la expresión como una hipótesis del rechazo a lo anterior, la resolución de una crisis eterna de la inflación”, señaló en Modo Fontevecchia, por Net TV, Radio Perfil (AM 1190) y Radio JAI (FM 96.3).
Fernando Roso es periodista, director y fundador de La Izquierda Diario. Este fin de semana, Fernando Roso escribió un artículo en PERFIL donde afirma que el presidente Javier Milei es gramsciano.
En tu artículo, vos decís que Milei es gramsciano, no porque haya ganado la batalla cultural, sino porque es producto de lo que Gramsci llamó “tiempo liminal”, un período donde la sociedad suspende la predicción de lo que puede ocurrir y, a través de la crisis, se desploman las esperanzas de ascenso social.
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Sí, la idea es que hay momentos particulares en la historia, sobre todo en el capitalismo, en los cuales se dan una combinación de crisis que no es solamente una económica, política o social, sino una combinación de todas esas crisis. Creo que ese es el momento que atraviesa la Argentina y, en cierta medida, el mundo. Gramsci llamaba a eso los momentos de crisis orgánica: la ruptura entre representantes y representados, la caída de los paradigmas anteriores y la búsqueda de algo nuevo. La frase más trillada o más conocida es: “Cuando lo viejo no muere, lo nuevo no nace”.
En cierta medida, la idea era hacerlo en polémica o decir que es gramsciano en este sentido estricto, y no en el que se autopercibe Milei y el universo de los intelectuales que lo asesoran, como Agustín Laje, porque Gramsci explica a Milei o lee a Milei mejor de lo que los mileístas o Milei lee a Gramsci. Es la emergencia o el producto de una crisis, más que la solución de esa crisis. Me parece que todavía estamos viviendo ese momento en la Argentina y en el mundo. El 2008 la crisis de Lehman Brothers y la apertura de una crisis histórica del capitalismo de los últimos años rompió todos los paradigmas, y por eso estamos viviendo los fenómenos que estamos viviendo. La Argentina se incorporó el año pasado a este momento de “ya no más” y de “todavía no”.
La polémica apunta contra la idea de cómo se autoperciben el mundo libertario o libertario, que dicen: “Nosotros leímos bien a Gramsci, ganamos la batalla cultural, ya tenemos instaurada una hegemonía y nos vamos a quedar con ella por mucho tiempo”. A mí me parece que eso es mucho más precario. De hecho, si uno busca la idea de batalla cultural, no está como idea en sí misma. Él le da una dimensión importante al problema de los intelectuales y a las superestructuras políticas contra cierto marxismo ortodoxo reducido o muy determinista de la economía, pero nunca rompiendo con la economía. Era un pensador clásico de la izquierda de principios del siglo XX. Eso explica mucho mejor el fenómeno Milei y también le pone sus límites. Milei no conquistó una nueva hegemonía, es más bien el producto del rechazo a todo lo demás. No quiero darle en un sentido por conquistado a Milei lo que todavía no logró conquistar.
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Claudio Mardones: En este escenario, ¿cómo ves que está arrancando Milei en este momento, apostando a una polarización con Cristina Fernández de Kirchner? ¿Qué lugar hay para la izquierda? Álvaro García Linera declaró en este programa que a la ultraderecha hay que responderle con una radicalización de las ideas de la izquierda.
La polarización a la que apuesta y que existe confirma lo que planteaba anteriormente: existe un respaldo al Gobierno que se sostiene, pero existe mucha gente que se le opone. Si uno compara con los gobiernos anteriores a esta altura o durante el primer año de gobierno, generalmente tenían un respaldo mucho más fuerte en los primeros meses, en el primer año, y después iban cayendo a medida que iba pasando la gestión. Milei tiene instalada una situación de polarización prácticamente de entrada. Si uno va a lo cualitativo de los estudios de opinión, los que se oponen, se oponen cada vez con más intensidad, y los que lo respaldan tienen muchas contradicciones.
Si uno les pregunta a votantes de Milei si siguen apoyando al Gobierno, contestan que sí por el rechazo a todo lo anterior, y porque. Pero al preguntar qué opinan de la salud pública, contestan que tiene que ser pública. Lo mismo pasa con la educación y con muchos otros aspectos que el discurso libertario plantea con los que las personas que lo respaldan están en contra. Eso habla de cierta ascendencia que tiene, basada en la desinflación como punto de partida, no como punto de llegada. “Él nos dijo que iba a ser duro el primer año, espero que el año que viene haya más oportunidades”, escuché a alguien decir en un focus group. Supuestamente había que ordenar la macro para que vengan más oportunidades, y yo creo que eso es lo que no va a suceder porque el plan de Milei es uno de motosierra permanente, y no de crecimiento. De plantear un plan de crecimiento, se vuelven a plantear los problemas clásicos que tiene la Argentina, como la restricción externa.
Sobre la segunda pregunta, creo que las propuestas de contención de estas ultraderechas a través de la moderación, no solamente uno puede estar en contra por problemas ideológicos o por perspectiva política, sino que no lo contuvieron. No pasó con Donald Trump, que no fue contenido por una versión de Hillary Clinton más o menos renovada, y acá se presentó dentro del espectro del peronismo, el que era el más moderado y no logró contener a Milei. Lo que habilitó Milei es la posibilidad, y es muy propio de estas crisis, que pueden dar vuelcos hacia un lado o hacia el otro, de plantear efectivamente medidas más contundentes, opuestas a lo de Milei.
La radicalidad del mundo libertario es una radicalidad de las formas. Es una radicalidad del insulto, pero es mucho más en el sentido profundo. La matriz por la cual se apoyó a Milei es que no estaban resueltos muchos de los problemas económicos y sociales de la Argentina. ¿Cómo se resuelven esos problemas? Con medidas mucho más radicales que las que se propuso hasta ahora desde lo que se podría llamar el campo más progresista o de izquierda. Eso está en disputa con el sentido de la época, porque lo de Milei se apoya en una estructura de sentimientos de la época, en una tendencia a la individualización. El neoliberalismo, como forma de pensamiento, ha calado en la conciencia de muchas personas. Los cambios en las estructuras del trabajo nos individualizan cada vez más y nos quitaron la forma de estar asociados materialmente.
Junto con eso conviven otras cosas que los que tienden a ver en Milei con una fortaleza como para quedarse 20 años, tienen que ocultar lo otro, que es que tuvimos mucha actividad social durante este primer año de gobierno en Argentina. Tuvimos las marchas del 24 de marzo, las primeras marchas de la CGT, el movimiento feminista y el acontecimiento universitario. Irrumpió una Argentina que, para mí, todavía existe. A medida que los votantes de Milei hagan la experiencia con este Gobierno, puede empezar a emerger, y creo que nos puede sorprender, no solo como nos sorprendió esto por ultraderecha, sino la sociedad misma con propuestas o con acciones que vayan más hacia la izquierda.
Elizabeth Peger: No coincido con esa visión que tenés de los planteos sociales. Eso se dio por fenómenos muy particulares como el tema jubilatorio y el universitario, y no se amplificaron más allá de eso. Por el contrario, la movilización popular de sectores más vulnerables en pobreza de la Argentina prácticamente no existe. Diciembre de 2024 fue el diciembre más tranquilo desde hace muchísimo tiempo. Ni hablar de la CGT que hizo una tregua con el Gobierno.
Yo ahí veo dos cuestiones. Sobre el tema de los movimientos sociales y piqueteros, se planteó una disyuntiva y una crisis porque este es un Gobierno muy represor.
EP: Absolutamente. No estoy discutiendo los motivos por los cuales claramente hay toda una política en ese sentido hacia las organizaciones sociales, pero no me refiero solamente a los movimientos, sino también a los gremios. Las organizaciones partidarias no están movilizadas hoy.
La segunda pregunta es interesante. ¿Que no se movilicen las direcciones de los gremios quiere decir que no se quiere movilizar a los trabajadores? A mí me parece interesante esa discusión. Cuando la CGT convocó a algo, siempre fue más de lo que ellos pensaban que iba a llevar. Ahora se viene un abrazo masivo a la ex-ESMA porque quieren cerrar el museo de la Memoria. Cuándo fue el movimiento universitario, con tomas en lugares impensables, se planteó un tema de balance político. ¿Qué hicieron las conducciones de lo que estaban en la UBA? Negociaron su parte, por ejemplo. También hay un balance político en términos de cuál es la relación entre trabajadores y dirigencia sindical. Esto no es nuevo, y es un problema de la estructura de los gremios. En los 90 lo vivimos también: trabajadores pobres y organizaciones sindicales que sobrevivían negociando con el gobierno mientras los trabajadores se empobrecían o eran despedidos.
No quiero decir que estemos ante una tendencia de la movilización social que los dirigentes frenen, pero creo que es un poco más complejo que pensar que, porque la CGT no se moviliza, los trabajadores y trabajadoras no se quieren movilizar.
EP: Hay un fenómeno mucho más complejo que la decisión de los jefes de la CGT detrás de esto. Es un fenómeno de desmovilización social muy relevante.
Un estudio de la consultora Tendencia, con la que nosotros hemos trabajado en común, le preguntaba a las personas: «¿Usted cree que hay que movilizarse para enfrentar al gobierno?». Había muchísima gente que respondía que sí, e inclusive un sector decía: «Hay que movilizarse hasta que se vayan». El malestar con el Gobierno existe, y cómo se canaliza es una estrategia a pensar, pero no quiere decir que haya conformidad, ni siquiera entre los votantes de Milei con todo su planteo programático e ideológico.
Este tema de las batallas culturales no le pasa solamente a Milei. Otros gobiernos creyeron que porque habían ganado una elección, se rechazaba lo anterior y la sociedad compraba todo el paquete programático e ideológico. Milei tiene un poco de eso todavía. Tiene cierto éxito en el tema de la desinflación, pero es un punto de partida, no un punto de llegada. Ante la pregunta «¿Te parece bien la desinflación?” en los estudios de opinión, la gente contesta que sí, pero que no la perciben porque los precios quedaron demasiado altos en relación a cómo quedaron los ingresos.
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Tomando todos esos elementos, la idea del artículo era poner en entredicho esta fuerza imparable que se autonarra el Gobierno y quienes lo miran desde afuera desde el mundo intelectual y periodístico, que pueden pecar de cierto impresionismo y no prepararnos para giros a los que nos tiene acostumbrados siempre la Argentina. No creo que esta Argentina contenciosa e inquieta, como le dicen algunos, haya terminado por el triunfo de Milei.
Ayer leía una linda nota del Atlantic, en donde un especialista hablaba de la sobrevaloración que significó la caída del muro de Berlín y la resistencia y la resiliencia de China, y cómo China logró resolver el problema de Plaza Tiananmen. Lo que estás diciendo en términos gramscianos, es que Milei no ganó ninguna batalla cultural, apenas está comenzando a librarla y que probablemente las posibilidades de que la pierda son más altas que las de que la gane…
Esa es un poco la idea. Aparte, en el pensamiento de Gramsci, la idea de una batalla cultural o una pelea cultural independiente absolutamente de las otras variables, y sobre todo la economía, no existe. Está unido todo en una. Yo veo más la expresión como una hipótesis del rechazo a lo anterior, la resolución de una crisis eterna de la inflación y de la locura inflacionaria que todos sufrimos durante mucho tiempo, más que un triunfo ideológico en un mundo en que nadie tiene un triunfo ideológico. Tenemos fenómenos como Trump o Milei y tenemos en Corea del Sur movilizaciones casi clásicas, parecidas a las del siglo XX, en un país como Corea del Sur, que era el modelo del capitalismo nuevo contra Corea del Norte. También, el cuestionamiento de la hegemonía estadounidense por parte de China. El sentido de los tiempos en el mundo está mucho más abierto a pensar que todo va hacia la ultraderecha.
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