Caracas: el día que la marea roja copó la calle

Por Enzo Ciarallo

En el tercer día de ésta, nuestra segunda estadía en lo que va de enero en Caracas, conocimos su Metro (Subte en nuestra jerga).

Agradable sorpresa nos llevamos. Moderno, limpio, amplio y eficiente. Se viaja seguro y barato.

Recurrimos a él ante la necesidad de llegar a tiempo hasta la zona del Capitolio donde al mediodía de este histórico 10 de enero, Nicolas Maduro se autotraspasó la banda presidencial por segunda vez, dando comienzo a su tercer mandato consecutivo.

No queríamos estar ajeno a semejante acontecimiento. Después de todo lo que se escribió y se dijo, al fin llegó este día, cumpliéndose a rajatabla el plan establecido por la constitución bolivariana. 

La normalidad volvió a reinar, a pesar de tantos pronósticos agoreros, en este hermoso y convulsionado país del norte de la América del Sur.

Salimos de la estación del Metro, a escasas cuadras de donde ya había comenzado la ceremonia, como salen los equipos de fútbol a disputar un partido importante, a cancha llena.

El agradable sol de este mediodía caribeño, nos acarició la mirada entusiasmada al ver tanta gente feliz en las calles. Porque la felicidad colectiva es una energía que contagia, al menos a mí me produce ese efecto. Hay muchas maneras de sentirse feliz, cada uno la percibe de distintas formas. A mí las manifestaciones populares me pegan fuerte. Ver gente de diferentes procedencias convocadas por un mismo objetivo, en este caso un logro político, me carga la batería. 

Lo primero que notamos con mi compañera Alejandra cuando pisamos el asfalto al salir del Metro,  fue alegría y estusiasmo. Vimos el festejo pacífico de una parte del pueblo venezolano celebrando un logro colectivo.

Caracas no tiene como la europea Buenos Aires, una escenografía urbana adecuada para este tipo de fiestas cívicas masivas. Avenida de Mayo, ese enorme corredor a cielo abierto que une Casa Rosada-Plaza de Mayo con el Congreso, es el escenario por excelencia para estos acontecimientos.

Caracas, una bellísima ciudad latinoamericana, tiene muchas otras cosas, pero ese paisaje tan adecuado para las grandes concentraciones populares, no.

Llegar desde la boca del Metro hasta el Capitolio, donde Maduro ya estaba jurando, no nos costó demasiado esfuerzo y eso que las calles parecían un hormiguero. De a poquito fuimos avanzando y de pronto nos vimos frente a las vallas de contención, a escasos cincuenta metros a la izquierda de uno de los ingresos que tiene este edificio que es una réplica, en pequeña escala, del Capitolio norteamericano.

Una menuda joven afrovenezolana envuelta en la bandera de Palestina me fue aportando datos. Al verla simpática y dispuesta, cada vez que quería saber algo la consultaba.

La primer pregunta se la hice cuando quise conocer el nombre del tema que estaba ejecutando la banda musical en el final de la ceremonia.

– ¿Qué canción están tocando?- Indagué

Ella dudo, no estaba segura y luego de consultar con su amiga me dijo:

-Venezuela, es el nombre. Es una canción, una especie de himno-, completó.

La próxima pieza musical ya no necesité preguntar porque era la reconocida canción Alma llanera, en version instrumental.

A la hora de la salida de los invitados especiales, una vez concluído el traspaso de mando y ante los vitores de la gente, pedí de nuevo ayuda.

– ¿Y éste quién es? quise saber

– Ese es el Presidente del Supremo tribunal de justicia- contestó sin vacilar la morena.

Ya para los siguientes personajes que iban saliendo y saludaban efusivamente a los que estábamos tras las vallas, se armó una especie de conciliábulo entre mis vecinos más próximos para responderme.

– Ese es el diputado tal o cuál, esa otra es la vicepresidenta del Colegio electoral- fueron respondiendo con total cordialidad y paciencia.

Así fueron pasando desde el presidente de Cuba, Miguel Diaz Canel hasta el avejentado Daniel Ortega, presidente «vitalicio» de Nicaragua. 

Nicolas Maduro salió unos minutos más tarde, ataviado con un impecable traje negro, camisa blanca y una corbata con los colores de la bandera venezolana. Quedó a escasos metros de nuestra posición levantando sus brazos a la muchedumbre que lo saludó con mucho cariño.

Cuando nos empezábamos a desconcentrar, apareció de la nada un cura. Vestido con todo el cotillón chavista. Más allá de la típica sotana negra que le llegaba hasta los pies (a pesar del calor), lucía un gorrito rojo en la cabeza y una banda presidencial que le cruzaba el pecho.

-Padre, ¿son muchos los curas que piensan como usted?- , le pregunté ni bien lo vi.

– Qué va, somos pocos y hasta tengo que aguantar a un amigo que la bendijo a la María Corina Machado!- ,refunfuñó con gusto.

¿Y la Curia qué le dice?, insistí

Se rió socarronamente y me respondió

– Se la tienen que aguantar, no les gusta nada, pero no me pueden correr- sentenció.

Acompañamos al simpático curita algunos metros, mientras él saludaba y daba bendiciones revolucionarias a todo el mundo. 

– Por el triunfo de la revolución, amén!-

Repetía todo el tiempo bendiciendo con la palabra y echándole agua bendita a quien se le cruzaba en el camino.

Un integrante de las fuerzas de seguridad a quien el cura le habia tirado agua bendita, le guiño un ojo y le dijo:

– Oye padre, no me tire agua, mire que ya me bañé-

El cura que parecía sacado de un cuento de Gabriel Garcia Marquez no acusó recibo de la chanza.

Nos despedimos de él en la esquina de la plaza,  en cuyo centro ya se había formado una rueda enorme de gente, donde algunos escuchaban a una banda tocar canciones folklóricas, mientras otros bailaban y se abrazaban embriagados de sueños colectivos.

No nos alcanzaban los ojos para mirar, ni oídos para escuchar tanto jolgorio a nuestro alrededor.

Con los sentidos estallados nos fuimos alejando del bullicio, mientras las distintas agrupaciones sociales y partidos políticos que conforman este gran movimiento llamado chavismo comenzaron a reagruparse para almorzar. 

Las viandas se fueron repartiendo aquí y allá.

Hubo fiesta popular en Caracas, y en muchas ciudades importantes de Venezuela una marea roja copó las calles.

Por un día al menos, una parte nada desdeñable del país fue protagonista de una jornada histórica aplastando todas las retorcidas especulaciones de una oposición hegemonizada por la extrema derecha que deberá replantearse muy seriemente sus próximos pasos, para no seguir cayendo en la consideración popular.

El gobierno ganó una batalla importante en estás jornadas de enero. Nada definitivo. 

Todo es muy dinámico y vertiginoso en estos atormentados tiempos. Maduro y su gente deberán redoblar esfuerzos para consolidar este apoyo recibido en las calles y mejorar la situación económica de millones de compatriotas que todas las mañanas se levantan con la incertidumbre de no saber si terminarán el día con una moneda en el bolsillo para llevar a su casa.

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