Estados Unidos: estuvo 20 años encerrado en una habitación y lo salvó un incendio

En medio del incendio, un bombero agarró a la persona que yacía desplomada en el suelo de la cocina y corrió hacia la ambulancia. Mientras avanzaba entre el humo, se dio cuenta de que el hombre era absurdamente liviano, era como si no llevara nada en sus brazos.

Mientras la ambulancia se dirigía a toda velocidad hacia el hospital, los técnicos de urgencias médicas le administraron oxígeno a la víctima. Uno de ellos dijo que había un olor insoportable. El paciente se disculpó, dijo que hacía más de un año que no lo dejaban ducharse.

El hombre empezó a hablar y no paraba. Contó que tenía 32 años y que había pasado la mayor parte de su vida cautivo de su padre y su madrastra, que lo encerraban en su habitación unas 23 horas al día y, en los últimos tiempos, ya no tenía permitido salir.

Llevaba dos décadas atrapado, obligado a defecar en papeles de diario y a arrojar su orina por la ventana del segundo piso. No visitó un médico ni un dentista en veinte años. A veces le daban de comer un sándwich. Tenía tantas caries que era habitual que se le quebrara un diente al masticar. Mide 1,75 metros, pero solamente pesa algo más de 30 kilos.

Ese viaje en ambulancia al hospital fue el primer paseo fuera de su casa que hizo desde que tenía 12 años, hace dos décadas.

El hombre confesó que él mismo provocó el incendio, usando un encendedor olvidado en el bolsillo de una vieja campera que le había dado su madrastra. Pensó que si no moría entre las llamas podría ser libre al fin.

Todo esto ocurrió el pasado 17 de febrero en Waterbury, una pequeña ciudad del sur de Connecticut.

Un niño encerrado que se convirtió en hombre

La víctima (cuya identidad no fue revelada) pasó los últimos 20 años en una habitación de aproximadamente 2 por 3 metros en el piso superior de una casa sucia ubicada en la calle Blake. Fue la celda de un niño de cuarto grado, de la que casi no salió hasta que se convirtió en un hombre.

El padre de aquel niño se quejaba en 2005 de que otros chicos acosaban a su hijo. Ese año lo sacó de la escuela y dijo que iba a educarlo en su casa. Nunca más sus compañeros y vecinos supieron de él.

“Tenía el aspecto de un sobreviviente del Holocausto», dijo el detective Steve Brownell, del Departamento de Policía de Waterbury, quien se reunió con el paciente en el hospital.

La madrastra del hombre, Kimberly Sullivan, de 57 años, fue procesada el mes pasado en el Tribunal Superior de Waterbury. Fue acusada de secuestro, agresión, crueldad, retención ilegal e imprudencia temeraria, y ahora podría pasar el resto de su vida en prisión. Pero ella “está convencida de que no hizo nada malo”, dijo su abogado, Ioannis Kaloidis, quien culpa al padre biológico, Kregg Sullivan, quien murió en enero del año pasado.

También puso en duda que la víctima haya estado encerrada todo este tiempo. “¿Dónde están las esposas? ¿Dónde están las cadenas? ¿Dónde están los signos de sujeción? No tiene sentido”, afirmó el abogado.

Un hijo oculto

Sullivan tuvo dos hijas con Kregg Sullivan: Alissa, que ahora tiene 29 años, y Jamie, de 27. Ellas parecían tener libertad para moverse a su antojo. De hecho, varios vecinos de la calle Blake dijeron que no sabían que había un tercer hijo.

El hombre vivió dos décadas encerrado en la pequeña habitación, acompañado apenas por un puñado de libros que releyó infinidad de veces. Se escapó una vez, cuando tenía 12 o 13 años. Rompió la puerta pero no huyó de la casa, sino que fue hasta la cocina a buscar alimento. Cuando lo descubrieron lo amenazaron con quitarle la comida o castigarlo físicamente, y reforzaron la puerta.

Durante un tiempo lo dejaron salir de su habitación hasta una hora al día para hacer tareas domésticas. Lo más lejos que llegó fue el patio trasero, adonde llevaba por un minuto al perro de la familia a hacer sus necesidades. Pero, desde la muerte de su padre, su confinamiento en la habitación pasó a ser casi total.

El día de su fuga no fue planificado. En una de sus breves salidas de la habitación, había tomado una botella de desinfectante de manos y había leído en la etiqueta que era inflamable. Con el encendedor que había sacado del bolsillo de la campera de su difunto padre, prendió fuego papeles y esperó a que las llamas se descontrolaran para pedir ayuda. Su madrastra abrió la puerta y él huyó escaleras abajo, donde se desplomó.

Desde el incendio, el hombre está en un centro hospitalario de rehabilitación, según Amanda Nardozzi, directora ejecutiva de Safe Haven of Greater Waterbury, organización sin fines de lucro que ayuda a coordinar sus cuidados. Tiene las rodillas deformadas y desgaste muscular. Necesita seguir una dieta cuidadosamente controlada para evitar el síndrome de realimentación, en el que una súbita inundación de nutrientes puede matar a una persona que está cerca de la inanición. Nardozzi contó que también está recibiendo asesoramiento en salud mental.

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