Bergoglio, el líder político que debió reciclar su pasado para contener la decadencia del Vaticano

“Conocerán la verdad y la verdad los hará libres”
(frase atribuida a Jesucristo | Evangelio de San Juan
Nuevo Testamento)

Ante todo, nada de lo humano nos es ajeno. Por ello se respeta a quienes profesan la fe encuadrada en la religión de la que Jorge Mario Bergoglio fue, hasta la madrugada de este lunes, su máxima autoridad. Para quienes lo consideran líder espiritual, el pesar por su partida es comprensible. Aún cuando desde el materialismo dialéctico enfrentemos todos los días, política e ideológicamente, los dogmas de “salvación” personal propagados por ésa y otras instituciones.

Dicho esto, a nadie escapa que ni la Iglesia Católica Apostólica Romana es sólo una congregación de fieles, ni el Vaticano es sólo su “Santa Sede”, ni el Papa es sólo el sucesor del apóstol Pedro. En estas horas, en las que su imagen puebla las pantallas y se despliegan sus exequias, vale también hablar del dirigente político que en los últimos doce años de su vida ocupó la más alta cumbre de esa milenaria institución.

Habemus Papam

A fines del año pasado se estrenó la película Cónclave, basada en la novela de Robert Harris (publicada en 2016), dirigida por Edward Berger y preciosamente actuada por Ralph Fiennes, Stanley Tucci, Isabella Rossellini y John Lithgow, entre otros. En los cines argentinos apareció el 30 de enero, dos semanas antes de que Francisco fuera internado de urgencia en el Hospital Gemelli de Roma.

El film es ficción, pero desborda realismo. El relato del proceso de elección de un nuevo papa, a cargo de una caterva de cardenales arribistas y corruptos, bien podría ser un documental. Hasta su final, marcado por un hecho científico inexpugnable, ata el destino del Vaticano a los vaivenes terrenales, bien lejos de cualquier providencia.

Mientras Francisco era sometido a estudios en el Gemelli, en Hollywood el guionista de Cónclave se alzaba con un Oscar. Y en Roma una caterva de cardenales (esta vez de verdad) se aprestaba a encarar la sucesión del papa argentino. Un hombre sobre el que el Vaticano, para contrarrestar su decadencia interminable, también se vio obligado a construir una ficción. Ironías de la Historia.

Todo el mundo (literalmente) conoció a Francisco, pero poco y nada a Jorge Bergoglio. Porque el personaje que a sus 76 años fue conminado a ocupar el trono de San Pedro, tuvo una larga trayectoria previa que buena parte del establishment mundial, cruzado por mil y una crisis de representación y legitimidad, aceptó ocultar ante la necesidad de tener un aliado “intachable” en la siempre influyente Roma.

Habemus peccatum

Las pantallas y los parlantes del mundo se llenan de las anécdotas más benévolas del “papa humilde”, resaltando sus mensajes en favor de migrantes y hambrientos o sus gestos de conciliación con homosexuales y divorciados. Nadie parece querer cuestionar su mensaje de “paz, amor y unidad”. Una jugada exitosa, al punto que en Argentina el último Bergoglio terminó juntando en un mismo rezo a Milei, Cristina, Villarruel, Grabois, Macri, Magnetto, Kicillof, Legrand, Santoro y Moreno, entre otros.

Pero la Historia está allí, clavada como una cruz. Hasta el 13 de marzo de 2013, Jorge Bergoglio fue portador de una historia llena de hitos non sanctos , siempre del lado conservador y retrógrado de la vida moderna. Puede resultar raro para quienes sólo conocen su liturgia progresista, pero su vida estuvo cruzada por la complicidad con desaparecedores y ladrones de niños, la protección de clérigos violadores y la férrea oposición a la conquista de derechos de mujeres y diversidades sexuales.

Eso también nutre su biografía, aunque en la última década haya sido escondido bajo la proyección de su blanca sotana. Francisco debía ser impoluto. Y por eso el derrotero de Bergoglio debía ser acallado.

En más de una década La Izquierda Diario dio fe de muchos de esos hitos bergoglianos, con documentos y testimonios nunca desmentidos. Aquí se denunció su complicidad o encubrimiento hacia diversos crímenes. Pese a la rabia de los destinatarios, no recibimos ni una demanda judicial, nunca debimos publicar una fe de erratas y menos aún la jerarquía católica nos pidió algún derecho a réplica.

En estas horas de sobreinformación, refrescamos algunas de las máculas que se lleva consigo el político argentino que, convertido en monarca de Roma, supo reciclarse para intentar reformar un Vaticano en franca decadencia. Porque respetar humanamente el pesar de quienes lo lloran no es incompatible con develar la pecaminosidad de su trayectoria.

Habemus dictatura

Durante los años del último genocidio argentino (el primero, también bendecido por la Iglesia, lo condujo Julio Argentino Roca), Jorge Bergoglio fue la autoridad máxima a nivel nacional de la Compañía de Jesús. Con llegada directa a los centros de poder, en esos años tuvo una intensa actividad política.

Su aura jesuita le daba un aire menos conservador que el de la oficialidad clerical, pero siempre estuvo alineado con la cúpula de la Conferencia Episcopal Argentina , comandada por seres nefastos como los monseñores Aramburu, Primatesta, Plaza, Tortolo y Graselli.

El 24 de marzo de 1976 Bergoglio tenía 39 años. Un adulto responsable. Convencido, antes y después del golpe genocida apoyó el combate, con la cruz y las armas, a los movimientos insurgentes de la clase obrera y los sectores populares. Eso incluía una cruzada feroz contra el ala interna de la Iglesia encarnada en la Teología de la Liberación.

Hoy se recuerdan anécdotas referidas a cómo, desde su lugar de poder, ayudó a salvar a algunas personas perseguidas por los represores. Al mismo tiempo se esconden otras, en las que Bergoglio fue protagonista directo y no precisamente para ponerse del lado de las víctimas.

En mayo del 76 los curas jesuitas Francisco Jalics y Orlando Yorio fueron secuestrados y llevados a la ESMA. Hacían militancia social en la Villa 1-11-14. Según el relato de los mismos sobrevivientes, Bergoglio sabía que estaban en peligro, pero les soltó la mano y los dejó a merced de los militares, con algunos de los cuáles él mantenía una relación directa y fluida.

Tras cinco meses de secuestro y torturas, los curas fueron liberados. Yorio abandonó la Compañía de Jesús y hasta el día de su muerte, en el año 2000, sostuvo su acusación. Jalics siguió en la congregación, pero en su sede de Alemania. Cuando su exsuperior se convirtió en papa, dijo que prefería no pronunciarse “sobre el papel del padre en aquellos hechos” y prefirió “dar el caso por terminado”. Murió en 2021, sin desdecirse en lo sustancial de sus relatos de años previos.

Hasta 2013, esa historia integró el acervo del amplio movimiento de derechos humanos argentino, que siempre calificó a la dictadura como militar, cívica y también eclesiástica. Por eso la Curia desplegó un fenomenal lobby para borrar esa marca de agua inscrita en el papiro bergogliano. Se llegó al punto de tergiversar la historia y armar un relato basado en hechos irreales. Hasta Netflix pisó el palito y produjo una película que mostraba a un Bergoglio más comprometido con las víctimas que con los genocidas. Ficción.

El segundo caso es el de Ana Libertad Baratti De la Cuadra, nacida a mediados de 1977 en la Comisaría Quinta de La Plata. Su madre, Elena de la Cuadra, cursaba el quinto mes de embarazo cuando fue secuestrada junto a su compañero Héctor Baratti. En octubre de ese año el padre de Elena logró entrevistarse con Bergoglio, quien se mostró “sensibilizado” ante el drama de esa familia y escribió una carta de puño y letra a la jerarquía eclesiástica platense pidiendo su intervención. Sabía que monseñor Antonio Plaza, emblema de la complicidad eclesiástica con el genocidio, no movería un dedo.

Puño y letra del entonces jefe de los jesuitas argentinos | Gentileza Estela de la Cuadra

Elena nunca apareció. Los restos de Héctor fueron identificados en 2010. Y Ana Libertad recuperó su identidad en 2014, gracias a las Abuelas de Plaza de Mayo. Su abuela, Alicia “Licha” de la Cuadra, fue cofundadora de ese organismo. En las últimas décadas, ni como arzobispo de Buenos Aires ni como Papa, Bergoglio aportó algo al descubrimiento de la verdad. Como dijo a este diario Estela de la Cuadra (hija de Licha y tía de Ana Libertad), “su rol fue proteger a los ejecutores de la dictadura”.

Bergoglio declaró dos veces como testigo en causas por crímenes de lesa humanidad. La primera en 2010, en el juicio por la megacausa ESMA. La segunda en 2011, en un juicio por el plan sistemático de robo de bebés. Compareció a pedido de las querellas, no por propia voluntad. Como “alto dignatario de la Iglesia” recurrió al artículo 250 del Código Procesal Penal para atestiguar sólo por escrito. Presionados por los denunciantes, los jueces le negaron ese privilegio. Él pidió entonces declarar en la sede del Arzobispado porteño, al lado de la Catedral Metropolitana. Allí se montó una improvisada sala de audiencias donde acudieron Tribunal, fiscales y querellas.

En su declaración testimonial de 2010, a Bergoglio le preguntaron por los casos de Jalics y Yorio. Respondió con vaguedades y evasivas. Para Myriam Bregman, Luis Bonomi y Luis Zamora, representantes de las querellas, el arzobispo fue reticente a dar información. “Nuestra sensación fue que Bergoglio no era un ‘igual’ que estaba declarando como un testigo que quería colaborar”, dijo Bregman al salir.

En aquel juicio, el futuro papa llegó a decir que escuchó hablar por primera vez de bebés apropiados “recientemente, hará diez años”. Sorprendida, la doctora Bregman le preguntó si se refería a fines de la década de los 90. “Quizás en el tiempo del juicio a las Juntas, por ahí más o menos empecé a enterarme de eso”, respondió el testigo, displicente. Las cúpulas militares fueron condenadas en 1985, es decir 25 años antes de su declaración. Según el octavo mandamiento, mentir es un pecado grave.

Bergoglio nunca pidió perdón por la complicidad, simbólica y material, de la jerarquía eclesiástica con la dictadura. Ni siquiera excomulgó a emblemáticos genocidas con sotana, como el excapellán de la Policía Bonaerense Christian Von Wernich, condenado a perpetua por crímenes de lesa humanidad. A sus 86 años, Von Werrnich sigue oficiando misa para sus compañeros del penal ubicado en el predio militar de Campo de Mayo.

En 2023 Editorial Planeta publicó el libro La verdad los hará libres , escrito por los obispos de la Comisión Ejecutiva de la Conferencia Episcopal Argentina. Se lo anunció como una valiente “apertura de archivos” con los que la Curia buscaba aportar a la verdad y la justicia. Lejos de eso, su publicación pasó casi desapercibida. En esa compilación brillan por su ausencia los archivos que posee la Iglesia sobre víctimas y victimarios. Por ejemplo, siguen ocultando los registros de niñas y niños bautizados por sus apropiadores. La información que podría ayudar a esclarecer muchos hechos sigue guardada bajo siete llaves.

En los últimos años Francisco dijo que las Madres de Plaza de Mayo fueron “luchadoras que nos enseñaron el camino”. Pero la jerarquía eclesiástica que él condujo nunca se atrevió siquiera a llamar genocidio a aquel plan sistemático de exterminio social. Y él mismo recibió en Roma a militantes del negacionismo como Victoria Villarruel casi con el mismo afecto que abrazó a Hebe de Bonafini o Estela de Carlotto.

Si de golpes hablamos, digamos también que en 2019, llevando ya seis años y medio como papa, Bergoglio mantuvo un ensordecedor silencio ante el derrocamiento armado del gobierno de Evo Morales. La complicidad con la avanzada cívico-militar encabezada por Jeanine Áñez fue tal que los propios obispos de la Conferencia Episcopal Boliviana dijeron: “lo que sucede en Bolivia no es un golpe de Estado”. En 2022, Áñez fue condenada a diez años de prisión.

Habemus abusu

En el imaginario popular podrá perdurar la idea de que Bergoglio luchó contra los abusos sexuales cometidos dentro de la Iglesia. Pero a lo largo de estos años miles de sobrevivientes levantaron la voz para desmentirlo. Más allá de la Gran Cumbre sobre Abusos Sexuales que presidió en 2019, de algunos cambios administrativos en la Santa Sede y ocasionales pedidos de disculpas a víctimas con las que entrevistó, Francisco no dejó como herencia ninguna transformación estructural sobre el tema. Y eso que tuvo en su mano la batuta del Vaticano por más de una década.

Apenas conocida la noticia de su muerte, la organización SNAP (con sede en Washington pero integrada por sobrevivientes de abuso eclesiástico de muchos países), difundió un duro comunicado en el que mencionan los casos más sobresalientes que desmienten esa idea construida alrededor de Bergoglio.

Recordemos que en 2017 La Izquierda Diario estrenó el documental No Abusarás, el mandamiento negado en la Iglesia de Francisco . El film expone los abusos a manos de sacerdotes, particularmente en Argentina, pero también el sistema de encubrimiento diseñado por décadas desde el Vaticano y mantenido por Bergoglio. Allí se puede escuchar a Barbara Blaine, sobreviviente y fundadora de SNAP , quien falleció poco después de esa entrevista.

Tres casos incontrastables de Argentina marcan la relación profunda de Bergoglio con los abusos sexuales dentro de la Iglesia. Son el del cura Julio Grassi, el del obispo Gustavo Zanchetta y el del cardenal Víctor Fernández. Los dos primeros, abusadores condenados a los que él intentó salvar recurriendo a mentiras y fraudes. El tercero, su estrecho colaborador y, a la vez, protector de pedófilos.

Julio César Grassi es un emblema de la intimidad entre Iglesia y poder de los años 90. Menemista, cavallista y susanagimenista, creó una máquina de hacer dinero con forma de fundación bautizada Felices los Niños. Con aval y billetes de la Curia, del Estado y de grandes empresas mediáticas, fue una de las figuras del asistencialismo hacia sectores de la población a los que el mismo neoliberalismo pateaba del mapa laboral, económico y social.

Mientras se floreaba entre adultos ricos, Grassi abusaba de los niños pobres que reclutaba. Pocas víctimas lograron denunciarlo, tras superar el terror generado por tan poderosa maquinaria. Recién en 2009 el cura terminó condenado a quince años de prisión, sólo por uno de esos casos. Su caída en desgracia fue estrepitosa. Pero el manto de silencio arrojado sobre su figura no pudo ocultar los esfuerzos de Bergoglio por salvarlo.

Cuando Grassi ya estaba entre las cuerdas judiciales, el entonces presidente de la Conferencia Episcopal Argentina le encargó al abogado Marcelo Sancinnetti un “informe” para desacreditar a las víctimas y represtigiar al cura. El estudio derivó en cuatro tomos (2.600 páginas) titulados Estudios sobre el caso Grassi , cuyas conclusiones declararon “inocente” al abusador. Con esa “verdad”, ni siquiera le quitaron el estado clerical a Grassi, con lo que pudo seguir oficiando misa en la cárcel. La “investigación” se publicó en una “edición privada” en 2013, mismo año en que Bergoglio mutó a Francisco.

Los cuatro tomos de Estudios sobre el caso Grassi

En diciembre de 2017 Francisco nombró a Gustavo Zanchetta asesor de la Administración del Patrimonio de la Sede Apostólica . Más conocida como “la inmobiliaria del Vaticano”, la APSA maneja miles de propiedades en varios países. Meses antes, Zanchetta había abandonado la diócesis de Orán (Salta), cercado por denuncias de seminaristas. Bergoglio buscó salvarlo acogiéndolo en Roma. Pero la tenacidad de los denunciantes pudo más.

En 2022 Zanchetta fue extraditado a Salta, juzgado y condenado por “abuso sexual agravado” contra dos jóvenes del Seminario Juan XXIII que él mismo dirigía. Pese a recibir una pena de cuatro años y medio, gozar de buena salud y ser menor de 70 años, la presión del Vaticano consiguió que el obispo apenas estuviera cuatro meses preso. Hoy cumple “prisión domiciliaria” en el Monasterio de Monjas Concepcionistas de Nueva Orán.

El caso de Víctor Fernández es también emblemático. En 2023 Francisco lo conchabó como Prefecto del Dicasterio para la Doctrina de la Fe (heredero de la Santa Inquisición ), un cargo estratégico en la bajada de línea moral vaticana. El vínculo entre ambos fue tan estrecho que muchos discursos bergoglianos, antes y después de ser papa, fueron escritos por “Tucho”. Previo a ungirlo prefecto, el papa ascendió a cardenal al exrector de la UCA.

Sobrevivientes de abusos denunciaron a Fernández, en Argentina y también en Roma, por haber protegido a pedófilos con sotana siendo arzobispo de La Plata entre 2018 y 2023. Un minucioso racconto publicado por La Izquierda Diario da cuenta de once casos ocurridos en la capital bonaerense en los que la complicidad de “Tucho”, en mayor o menor grado, fue una constante.

El excura cordobés Adrián Vitali, entrevistado por este diario hace poco más de tres años, hizo un cálculo estremecedor. “En Argentina hay más de 650 curas abusadores ocultos por la Iglesia”, estimó en base a proyecciones que se usan a nivel internacional sobre este tema. Y sentenció: “Para la Iglesia el abuso de un niño no es grave, es tan solo un pecado a redimir con oración”.

En marzo de este año, SNAP y Nate’s Mission , organizaciones que nuclean a miles de sobrevivientes, entregaron un informe al cardenal Pietro Parolin, secretario de Estado del Vaticano y número dos de Francisco. Allí denunciaban a seis cardenales de “permitir u ocultar abusos sexuales cometidos por clérigos”. Esos cardenales son el propio Fernández, el estadounidense Robert Prevost, el irlandés Kevin Farrell, el maltés Mario Grech, el húngaro Peter Erdo y el filipino Luis Tagle.

Los denunciantes pidieron a Parolin que remitiera el informe a Francisco y reclamaron que el Vaticano “inicie inmediatamente una investigación” sobre los acusados. Parolin no les respondió. En la lista de candidatos a suceder al papa, además del secretario de Estado, están Erdo y Tagle, dos de esos cardenales.

Otro cardenal denunciado es nada menos que Mario Poli, quien en 2013 sucedió a Bergoglio al frente del Arzobispado de Buenos Aires. Varias víctimas lo acusan de haber protegido a curas de La Pampa y Mendoza. Las denuncias llegaron al mismísimo Vaticano, pero la Congregación Para los Obispos miró para otro lado. Hace catorce años, siendo obispo de Santa Rosa, Poli llegó a decirle “sé feliz y andá a un psicólogo” a un joven que le pedía ayuda tras ser abusado por el cura Hugo Pernini. Hoy Poli es uno de los 138 cardenales que participarán del cónclave sucesorio.

También en marzo, sobrevivientes de abusos eclesiásticos de todo el mundo enviaron una carta al mismo Papa en la que le reclamaban (como tantas otras veces) “una verdadera ley de tolerancia cero” para esos crímenes en la Iglesia. Según SNAP , esa norma debería incluir “la supervisión independiente de los obispos”, es decir que no sea la propia Curia la que se investigue y juzgue a sí misma; además de “la expulsión inmediata” de todo abusador y de quienes los encubran.

“Debido a su historial de encubrimiento de abusos en Argentina, Francisco nunca tuvo la credibilidad necesaria para revisar la gestión de los casos de abuso sexual por parte del Vaticano”, afirman desde SNAP .

¿Habemus verum?

Cerremos con otro caso. En enero 2018 Francisco sobrevoló Argentina. Pero su avión no aterrizó en Ezeiza, sino del otro lado de la Cordillera. Por una decisión “personal” nunca explicada, en sus doce años de papado Bergoglio no volvió a pisar su país natal. ¿A qué temía exponerse? ¿Por qué desistió de ser recibido por quienes lo conocían de toda la vida?

La visita a Chile fue otro “hito” que Bergoglio hubiera querido borrar de su historial. Allí cometió el “error” de defender con uñas y dientes a su protegido Juan Barros Madrid, el obispo de Osorno que a su vez encubrió al criminal sexual Fernando Karadima.

Días antes de partir a Sudamérica, un grupo de fieles chilenos había viajado a Roma a alertarlo sobre el tenor de las denuncias contra Barros Madrid. Para su sorpresa, él les dijo: “En Osorno se dejaron llenar la cabeza por políticos, jorobando a un obispo sin ninguna prueba… piensen con la cabeza y no se dejen llevar de las narices por todos los zurdos, que son los que armaron la cosa”.

En cada ciudad chilena que visitó se organizaron manifestaciones en repudio a aquellos dichos. La prensa no pudo ocultarlas. El Papa reculó y pidió disculpas por la ofensa a quienes clamaban escucha, pero sostuvo a Barros Madrid. Meses después, tratando de sortear la crisis que crecía, los 34 obispos de Chile presentaron su renuncia masiva ante el Vaticano. Francisco aceptó sólo siete, entre ellas la del obispo de Osorno.

Enfrentado a la verdad que él mismo había negado, dio un golpe de timón para salir del atolladero lo más rápido e ileso posible. Si algo le sobraba a Bergoglio, era capacidad de maniobra política.

El historiador marxista francés Pierre Broué escribió hace 25 años que “la verdad es revolucionaria y es porque uno es revolucionario que se busca la verdad y que se encuentra en ella un fragmento que permite atrapar la punta del ovillo, tirar de él y avanzar en la comprensión de este mundo en marcha que es necesario transformar”.

Bergoglio odiaba al marxismo y lo combatió hasta su muerte. Posiblemente nunca leyó a Broué. Pero admiraba a Santo Tomás, el llamado padre de la teología. A mediados del Siglo XIII el aquinate escribió De Veritate (Acerca de la Verdad). Allí se lee que “el ser no puede entenderse sin lo verdadero, porque el ser no puede entenderse sin que concuerde o se adecue al entendimiento”.

Bergoglio siempre supo que, más allá de las explicaciones del más allá, los hechos ocurren aunque decidamos no hablar de ellos. Y que depende de nuestra capacidad cognitiva (y la voluntad de usarla) reconocerlos, asimilarlos y, eventualmente, actuar para transformarlos. Los ejemplos relatados acá son verdades realmente existentes, sobre las que Bergoglio mostró su afán de negarlos o, en su defecto, tergiversarlos con convenientes ficciones.

Nos tocan días en los que el relato dominante habla de las bondades del sucesor de Pedro, líder de la Santa Sede y de toda la feligresía de la Iglesia Católica Apostólica Romana. Reiterando el respeto humano a quienes lo duelan con un sentimiento genuino, va este aporte para pensar que detrás de la imagen de Francisco también estuvo Jorge Bergoglio, un dirigente político con hitos por demás “pecaminosos” que se vio obligado a reciclarse para intentar salvar al Vaticano en decadencia.

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