Buscar en internet es un acto íntimo. Ponemos en el buscador las preguntas que de verdad nos interesan, e incluso las que nos avergüenzan y jamás publicaríamos en una red social. Esos intercambios fueron la forma dominante de relacionarnos con la web por más de dos décadas. Pero ahora están cambiando.
Google acaba de presentar un nuevo servicio que responde a nuestra búsqueda con un texto generado por inteligencia artificial. Ya no es sólo un párrafo que extrae contenido de alguna página, sino un collage más largo, con información de distintas fuentes. Si antes buscar era un esfuerzo activo –elegir entre los distintos links, leer en diagonal, comparar, quedarnos con una idea o dato– ahora ese trabajo lo hace la IA.
Quienes producen ideas brillantes tal vez ya no tengan incentivos para seguir compartiéndolas masivamente
En paralelo, OpenIA, Anthropic y Perplexity lanzaron sus propias funciones de búsqueda, que nos traen información de la web mientras dialogan con nosotros. Tienen sus matices. ChatGPT no necesita que le pidamos que busque en la web, lo hace cuando cree que nuestra pregunta lo requiere. Perprexity fue pionera en mostrar las fuentes. Claude, de Anthropic, propone usar su buscador, entre otras cosas, para encontrar y comparar productos que queremos comprar, sin pasar por plataformas de compras. Se abren distintas formas de buscar, más masticadas.
A la vez, los propios navegadores donde estas búsquedas suceden están cambiando. Firefox anunció hace dos semanas un nuevo servicio que nos resume lo que hay adentro de un link con solo pasar el mouse por arriba. Ya no hace falta abrirlo ni leerlo.
Estos cambios son significativos porque afectan el corazón de la economía de internet, que se organiza en buena medida alrededor de los links. Los productores de contenidos –medios, universidades, empresas y creadores independientes– miden su éxito por la cantidad de visitas y, en muchos casos, basan su negocio en las publicidades que les gestiona Google. Esa economía necesita que naveguemos por distintos links para funcionar. Si eso se acaba –porque los modelos de lenguaje de IA se alimentan de todo lo que hay en la web sin casi pagar derechos de autor– no solo será preocupante para quienes producen información, sino también para quienes la consumen. Sin incentivos económicos puede que se reduzca la oferta y, por lo tanto, la diversidad de la información.
Los que producen ideas brillantes tal vez no quieran regalárselas a los algoritmos y los bots. La periodista Nadia Asparouhova acaba de publicar el libro Antimemetics (aún no traducido) cuyo subtítulo es Por qué algunas ideas se resisten a circular. Su tesis reaviva una metáfora que hace rato circula entre creadores de contenidos: la idea de que la web es un “bosque oscuro”, que parece muerto pero en su interior oculta una vida desbordante de pensadores y creadores que –adrede– escapan de los algoritmos y el reduccionismo de la IA, para mantenerse originales, desafiantes y activos. La imagen del bosque oscuro viene de la novela La teoría de los tres cuerpos, que se convirtió en una exitosa serie de Netflix.
La situación es paradójica. Vivimos en un mundo donde los contenidos abundan y la IA hace más fácil que nunca encontrar algo en ese desorden, gracias a técnicas como Retrieval Augmented Generation (RAG), que permite escanear en segundos ingentes cantidades de datos. Sin embargo, la misma herramienta que mejora las chances de descubrir nuevas ideas atenta contra el propio ecosistema del que se nutre. Quienes producen ideas brillantes tal vez ya no tengan incentivos para seguir compartiéndolas masivamente.
Si nos estamos adentrando en un bosque oscuro, vamos a necesitar buenas linternas. Habrá que confiar en las buenas preguntas. No importa si las hacemos frente a un buscador, un chat de IA, o algún otro sistema que tenemos que inventar.
La autora es directora de Sociopúblico