El fútbol se expandió, desde su origen lúdico y altruista del siglo XIX, hasta convertirse en una de las profesiones mejor remuneradas y de mayor representatividad social en el mundo, transformando a los futbolistas destacados en celebridades mundiales y a las competencias internacionales en eventos masivos de audiencias insuperables.
Havelange fue presidente de la FIFA entre 1974 y 1998 y fue el visionario que promovió una FIFA globalizada. Sonó con torneos únicos que incluyeran clubes de todos los continentes para reemplazar a la histórica Copa Intercontinental que se disputó desde 1960 en un partido único entre el campeón europeo y sudamericano.
Algún desprevenido podría sugerir que el Mundial de Clubes existe desde 1999, cuando la FIFA oficializó la creación de la primera edición del FIFA Club World Championship. Un torneo bizarro que se disputó en Brasil en enero de 2000 con una organización cuestionada y donde los equipos se eligieron casi a dedo. El campeón fue Corinthians, un fiel reflejo de la discrecionalidad porque, hasta ese momento, en sus vitrinas de títulos era un equipo sin Copa Libertadores.
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Con ese torneo, el sueño del brasileño descendiente de alemanes había logrado un hito, pero también era muy criticado por varios sectores. La UEFA que sentía que era un producto que no manejaba; FIFPro (el sindicato de jugadores) porque los futbolistas no descansaban y se había insertado en pleno invierno, el peor momento del año para jugar al fútbol en Europa; y por supuesto los clubes europeos por la sobrecarga de calendario que afectaba el negocio y aumentaba su incidencia de lesionados. El Real Madrid y el Manchester United viajaron a Brasil con más ganas de hacer turismo que de competir y se volvieron sin pena ni gloria.
A todos estos contras se le sumó que la empresa International Sport and Leisure (ISL), responsable de la organización, quebró al año siguiente de la primera edición y la programada en España en 2001 ni siquiera fue disputada. El mojón de una competencia mundial de clubes ya estaba, pero le faltaba mucho tiempo y trabajo.
Pasaron cinco años hasta que la competencia se reactivó. Al principio parecía enganchar al público, pero las condiciones globales estaban cambiando. El fuerte desembarco de capitales en el fútbol europeo fue ensanchando la brecha y a medida que pasaban los años, cada vez había menos paridad con el campeón de la Champions. Sudamérica solo tuvo dos campeones, el Internacional en 2006 y el Corinthians en 2012, después fueron todos triunfos europeos.
En 2016, ya con Gianni Infantino en el poder, se empezó a cranear un torneo más ambicioso, que tuviese 32 equipos y se disputara cada cuatro años. El evento realmente reflejaría la esencia de la Copa del Mundo de selecciones y la idea original de Havelange.
Ayer dio su puntapié inicial. Se disputa hasta el 13 de julio en Estados Unidos. Además de River y Boca, hay cuatro equipos brasileños: Palmeiras, Flamengo, Fluminense y Botafogo, como parte de los treinta y dos equipos, que separados en ocho grupos de cuatro miembros disputarán la fase de grupos con partidos únicos y luego octavos, cuartos, semis y la final el 13 de julio, en el MetLife Stadium, campo del NFL en Nueva Jersey.
Más allá de las diferencias futbolísticas, este formato siempre les abre la puerta a las sorpresas. Boca y River se enfrentarán a los mejores del mundo y podremos ver cuán cerca o lejos realmente estamos. El torneo captó la atención inicial de los amantes del fútbol a nivel mundial y los auspiciantes están contentos. El sueño de Havelange es una realidad.