Con estreno mundial en el reciente festival de Venecia, «The Souffleur» tiene una escena donde el actor norteamericano aparece bailando una cumbia de Damas Gratis, que despertó el asombro de público y crítica. Aparte de una rareza, es un acontecimiento la participación de semejante talento en un film nacional en la hora en que en el país se resiste su diversidad de expresiones
El realizador argentino Gastón Solnicki tiene varias películas que no han sido demasiado vistas en Argentina; algunas tuvieron estreno comercial y otras se exhibieron en festivales, muestras o ciclos. Su inicial narrativa cinematográfica se asienta en esa delgada línea que desde la puesta documental va tallando hechos y sucesos de modo que bien pueden verse como ficción, a partir además de la interpretación del autor sobre lo mostrado, lo que en una de sus formas se suele llamar documental de creación.
Solnicki tiene dos buenas películas en su primera etapa, la primera, Süden (2008), un documental que muestra y cuenta la visita del compositor Mauricio Kagel a Buenos Aires, su ciudad natal, en el que sería su último viaje antes de su muerte. El título de la película es el nombre original del compositor, y en un afán por dar a conocer el talento del músico, el registro resulta tan efectivo que cautiva incluso a quienes no abrevaron en la música contemporánea.
Luego está la muy singular Papirosen (2012), donde Solnicki filmó a su familia judía en distintos espacios y situaciones y ejerciendo una especie de conector entre uno y otro lado de la pantalla en un tiempo que se extiende por más de una década. Papirosen puede verse como un documental familiar, pero como quien lo filma es parte del asunto, la cuestión no queda solo en la observación, sino en una toma de posición que lo pone en tensión y lo hace crecer como relato despertando asombro, incomodidad, emoción y rechazo, todo eso junto, en el espectador.
Solnicki tiene otras tres películas, la casi ficción Kékszakállú (2016), una especie de cuentos de hadas moderno, proyectada en el Malba y luego visible en plataformas; Introduzione all’Oscuro (2018), una propuesta que conjuga el diario íntimo, el ensayo cinematográfico y el documental en una recorrida por los laberintos de Viena que parece haberse detenido en el tiempo, también exhibida en el Malba porteño, y A Little Love Package (2021), que también se mueve con suficiente libertad entre lo documental, el ensayo y la ficción consiguiendo un fresco sobre, otra vez, Viena y los cafés, donde mucho después de la prohibición de no fumar en el interior de los locales, allí se podía seguir haciéndolo, y que tuvo la misma difusión que las anteriores.
Ya consustanciado son una forma de hacer cine –y producirlo o contar con productoras interesadas– en el exterior –Estados Unidos y Europa sobre todo–, Solnicki acaba de estrena su última película en la sección Orizzonti del reciente festival de Venecia, con un par de singularidades entre sus protagonistas que la vuelven muy prometedora. En la escena post créditos del film aparece nada menos que Willem Dafoe –también nada menos– bailando el tema «La pileta de vino», de la emblemática banda cumbiera Damas Gratis, es decir, más que inédita o inesperada, una escena prácticamente inconcebible, hasta que Solnicki lo hizo, en una propuesta de alguna manera deudora de las anteriores, pero que ahonda en el desafío y la peculiaridad que parecen ser los motores de este realizador.
El magnífico actor norteamericano, últimamente abonado al cine del iconoclasta –y ahora exitoso– Yorgos Lanthimos, como puede vérselo en Pobres criaturas (2023) y Tipos de gentileza (2024), es el protagonista exclusivo de The Souffleur (2025), un film en el que Lucius Glantz (Dafoe) es el gerente de un hotel vienés –una ciudad que parece surtir un efecto seductor en este realizador– con una arquitectura y una decoración demasiado pasada de moda, pero que al mismo tiempo resulta pintoresco y porta toda esa magia del pasado que lo hace único e irrepetible. Junto a su hija y algunos fieles empleados, el gerente querrá conservarlo a como dé lugar y allí comienzan una serie de acontecimientos algo desafortunados y no tanto, pero que tienen al maestro Dafoe –la quintaesencia del actor camaleón– en todo su esplendor.
Hablado en varios idiomas incluido el castellano, el film despertó mucha curiosidad en su proyección en el Festival de Venecia y tiene también al propio Solnicki y a Stephanie Argerich, hija de la talentosa pianista argentina, actuando. Además cuenta con dirección de fotografía del portugués Rui Poças, que ya trabajó en las dos películas anteriores de Solnicki e hizo maravillas en Zama, la formidable adaptación que Lucrecia Martel hizo de la novela de Antonio Di Benedetto.
Lo cierto es que no suele ser común que uno de los intérpretes considerados entre los más versátiles –y más respetados– del cine contemporáneo, que ha trabajado en films absolutamente artísticos hasta grandes producciones de Hollywood, protagonice una película argentina. Tal vez el carácter universal o un guion con aristas indeterminadas o imprevistas de la propuesta de Solnicki lo haya tentado, pero no deja de ser un acontecimiento singular en épocas oscuras para el cine nacional en general, y para el que busca expresar la diversidad de puntos de vista que conforman este país, en particular, que un artista de su talla encabece un elenco de un film argentino. Harían bien en tomar nota los por estos días difamadores del cine nacional –autoridades incluidas– mientras se espera su estreno por estas tierras.