Escribir para mí es una necesidad

“Efímeras elegancias” es el segundo libro de cuentos del escritor, músico y librero Diego Germán Segura. Como en el primero, “Causas perdidas”, vuelven los mismos personajes y el interés de un narrador por detenerse en sus vidas cotidianas. En la conversación que sigue, el autor desgrana algunos detalles de su narrativa, el lugar central que la reflexión ocupa en ella y abunda en el versátil bagaje de su universo creativo

Paola Chinazzo / Especial para El Ciudadano

—¿Cómo trabajás en tus cuentos la construcción de ese narrador que asume una postura, en general, escéptica y suspicaz, que mira, reflexiona, comenta y esboza cierta crítica, pero que nunca enjuicia?

—A veces, cuando uno emite opiniones puede llegar a herir… las opiniones son muy personales como podemos encontrar en estos cuentos. Al dejar la palabra escrita a un lector o lectora invisible, en cierta medida, se está dejando una sentencia, una opinión que también va a tener un receptor subjetivo. Creo que la idea es esa: las opiniones que se esbozan tratan de acercarse a la realidad, pero sin emitir juicios.

—Esas historias particulares que retoma el narrador, ¿son pensadas y construidas minuciosamente o “salen” deliberadamente?

—Los cuentos, por lo general, tienen pocos personajes. Algunos reaparecen en mis relatos, como transitando las historias. Van delineándose tanto en este libro como en el anterior: Elmer y López, que hablan en primera persona unas veces y otras en tercera persona, conforman una relación de antagónicos y viven una amistad de cuarenta años sostenida en lo afectivo más que en las similitudes o diferencias que puedan tener. Estos cuentos no son de acción, sino de reflexión. En el primer cuento, por ejemplo, aparecen dos chicas en las que podemos ver rastros de los otros dos. Todo es muy pensado porque lo que me interesa es la reflexión, aquello que quizás uno se pregunta y no se puede responder está en las voces de esos personajes.

—¿Qué lugar ocupan las grandes obras en tu escritura y en tu lectura? En una parte escribís que el narrador es como el “Hidalgo Caballero, sobre todo por la Triste Figura” refiriéndote a Don Quijote, por ejemplo. ¿Sos lector de textos clásicos o te gusta encontrar a nuevos escritores?

—Me gusta encontrarme con nuevos escritores y la idea de lo nuevo. Además, saber qué leen los escritores, pero sobre todo encontrar rastros de esas lecturas en sus textos. En la escuela secundaria, gracias a una profesora, conocí mucha literatura. Pero también en mi casa, mi hermana, que siempre fue lectora, pertenecía al Círculo de Lectores y me regalaba libros. Ambas experiencias constituyeron una marca importante para mí y los “clásicos” estuvieron en ese momento. Hoy me interesan mucho los escritores más actuales (de 50 años atrás) y el formato de la historia corta.

—¿Qué tan presente está la consciencia del uso de la lengua cuando escribís? Porque nos vamos a encontrar en varios cuentos con neologismos (por ejemplo, laburocracia, hemocólico, Lotra) o la reflexión sobre ciertos términos o expresiones verbales.

—La lengua es algo vivo por eso muta, cambia, y es una herramienta para el diálogo. Ahí es donde hago uso de neologismos, quizás demasiado porque me gusta jugar con el lenguaje.

—También hacés uso de otros lenguajes en tus relatos.

—Hay todo un lenguaje artístico: pintores, escritores, músicos. Hay mucho en estas artes que le suman al relato.

—Como temas aparecen: un momento de la pandemia y la conducta ante esa experiencia, lo insólito en un velorio, lo extraño en un vínculo amoroso, la reflexión sobre el consumo en nuestra contemporaneidad. ¿Qué lugar ocupa el tema a la hora de escribir?

—El tema es lo principal. Muchas veces una pequeña cosa, una situación, una palabra o una frase se brindan para la creación y surge el cuento. Me interesa lo mínimo, el átomo para después poder desarrollarlo.

—Con respecto al lugar, se describe una ciudad que nunca es la misma y que, según el horario, cambia.

—Sí, porque ese narrador-observador narra a partir de todos los sentidos: la visión, el tacto, el olfato y el oído se constituyen en un capital. Yo recorro mucho la ciudad por mis labores diarias y mi actividad de vender libros me ha llevado por muchos puntos de Rosario. El lugar es muy importante para mis pequeñas ficciones (que a veces no son tan pequeñas ni tan ficticias) pero no suelo brindar muchos datos porque el lector es pensado como alguien de la ciudad.

—Y, muchas veces, fragmentos de esa ciudad están relacionadas con cierto tipo: hay una arquitectura de la ciudad que parece fusionarse con los personajes, produciendo una tipología. ¿Vos pensás que el lugar condiciona, que conforma tipos?

—Puede ser que condicione, pero no para siempre. No me gustan los estereotipos. Uno de mis cuentos trata sobre el escape de palabras que estereotipan. Aunque el lugar donde vivimos, trabajamos, dormimos o escribimos nos condicione, creo que no es determinante.

—Entre todas tus actividades la docencia, la música y la librería, ¿cuándo y cómo escribís?

—En eso, imito a Lennon que escribía pequeñas frases ocurrentes, que a veces podían ser disparatadas e interesantes, y después las juntaba para preparar un libro. Me parece un buen método porque tiene que ver con aquello de la observación y lo instantáneo: una idea es anotada en alguna libreta y luego empiezan a surgir otras a su alrededor. No tengo un tiempo específico para escribir. Incluso puede pasar mucho tiempo desde la redacción de un relato a otro. A veces escribo en la escuela, cuando estoy solo, en las primeras horas donde no hay nadie. En Efímeras elegancias, por ejemplo, el germen de uno de los cuentos tiene varios años y fue terminado para la edición. Yo escribo y guardo porque tal vez en algún momento lo usaré. Y creo que escribo por necesidad, porque me queda una idea dando vueltas y la quiero sacar. Escribir, para mí, es una necesidad

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