Fascismo?

La marcha de hoy denominada Marcha Federal de Orgullo Antifascista como continuación, esta vez en todo el país, de la protesta espontánea en el Parque Lezama porteño hace una semana que también se planteó como un acto “antifascista” en repudio al discurso de Milei en Davos, amerita analizar la correcta correspondencia del término fascista para LLA, Fratelli d’ Italia, Alternativa por Alemania, Alternative Right norteamericana y otros movimientos comparables, o por lo menos a los sectores más extremos de cada uno de estos partidos.

En la edición de mañana publicaremos un extenso reportaje al autor del libro Síndrome 1933, Siegmund Ginzberg, quien recomienda utilizar con cuidado categorías de otros momentos históricos.

“Ahora es importante llamar a una pala, pala: negarse a nombrar este neofascismo inhibe actuar, el inescrupuloso rigor intelectual de unos pocos sirve de pretexto para la holgura política de muchos, impidiendo así la movilización de un antifascismo”. Esto lo escribió Éric Fassin en diario Le Monde bajo el título “El momento neofascista del neoliberalismo” en 2018.

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Siete años después, es peor.

Uno de los trabajos que mejor resolvió el problema categorial de las derechas extremas fue el titulado “La extrema derecha como problema psicoanalítico: acerca del ‘liberfascismo’ y sus modalidades de goce” realizado por académicos de cinco universidades de Chile, Perú y México.

Comienza diciendo “desde la década de 80 se puede percibir el surgimiento de nuevos partidos de extrema derecha” que no “agitan las consignas conservadoras sino la renovación de los contenidos, haciendo que estos movimientos sean una solución de continuidad respecto del fascismo clásico de entre guerras” porque “intentan transformar el sistema democrático introduciendo sus consignas en este, no como elementos extraños, sino como componentes normales de su funcionamiento político”.

Analiza este fenómeno “posfacista” también como “modulación o declinación autoritaria del neoliberalismo”, como una especie de “noción hiperbólica de la libertad individual” donde todo se reduce a la propiedad de uno mismo. Cita al filósofo político alemán paleolibertario y anarcocapitalista Hans-Hermann Hoppe decir: “Los libertarios deben distinguirse de los demás practicando y defendiendo las formas más radicales de intolerancia y discriminación contra los igualitaristas, demócratas, socialistas, comunistas, multiculturalistas y ecologistas”.

Explorando si genealógicamente el liberfascismo tiene entre sus predecesores al neoliberalismo recuerda como Foucault en su curso Nacimiento de la biopolítica “marcar elocuentemente la diferencia entre el liberalismo y el neoliberalismo. Mientras que en el primero es el Estado el que debe regular al mercado para asegurar que se dé en él un intercambio pretendidamente igualitario, en el segundo, el mercado es el que regula al Estado, toda vez que se trata de un gobierno para el comercio”. Para un liberal no hay mercado posible sin una gubernamentalidad activa mientras que el neoliberalismo pretende modificar el homo economicus sustituyendo el concepto de trabajador por el de empresario de sí mismo, el capital humano individual. Foucault critica que omiten cómo la educación pública o la protección de la salud pública mejoran ese capital humano.

Comparando el neofascismo actual con el originario, el trabajo sostiene que “su crisis no es de las guerras mundiales, sino el de la democracia burguesa o, si se quiere, la crisis de las medidas neoliberales. Si queremos ser más precisos, esta crisis surge de una doble derrota; primero, del comunismo. En 1989, con la caída del Muro de Berlín, se declaraba la democracia (neo)liberal como la única opción política. Segundo, de este mundo post-1989 que gozó de una época de hegemonía al carecer de adversarios que plantearan alternativas sociales, políticas o económicas a escala global. La crisis que ve surgir los nuevos fascismos asume la derrota de la izquierda y del centro liberal por igual”.

Apelando al concepto de self ownership y la propiedad de sí mismo, “los partidarios de Alternative right no necesitan apelar directamente al racismo, la xenofobia, etcétera –lo que a fin de cuentas quedaría mal– sino que pueden hacerlo de modo indirecto, apelando, por ejemplo, al derecho de propiedad y a la libertad contractual para justificar ciertas formas de discriminación para denunciar la ‘integración forzada’; y a la libertad de expresión para ofender a ciertas personas o grupos”.

Mientras en el neoliberalismo se es empresario de sí en el libertarismo se es dueño de sí. En El Capital Marx explicó que “el trabajo es una actividad eminentemente social, que no consiste meramente en una transformación de la naturaleza gracias a un metabolismo sujeto-objeto. Por el contrario, el trabajo es social, porque está dirigido al otro. (…) La fórmula marxista de la relación económica precapitalista más simple era M-D-M: una mercancía M, por ejemplo, un par de zapatos, se vende, para obtener una cantidad de dinero D, con el fin de adquirir otra mercancía útil, M, como unas piernas de pollo. (…) En la relación capitalista, sin embargo, opera la siguiente inversión: D-M-D, se posee una cantidad de excedente de dinero, que se llama capital, D, con la cual se produce una mercancía M, con miras a obtener una ganancia, más dinero, D. El término medio es la mercancía, mientras que el dinero se convierte en principio y fin del movimiento (…) es decir, lo que importa es la circulación de los objetos como mercancías, donde el sujeto se vuelve su mero mediador.”

El capital no es una cosa “sino una relación que atraviesa el plexo de interacciones y posibilidades de la sociedad” por eso no existe una única manera de intercambio de mercancía y dominio del capital, hay “distintos modos de expresar una sola y misma sustancia del capital” por lo que “existen múltiples racionalidades de capital, las cuales coexisten y se superponen históricamente”. El capital puede definirse “como la valoración del valor: el movimiento que se autoimpone con el objetivo de producir más valor”.

Pero lo más importante del trabajo académico no reside en la pirueta “trabajador a empresario de sí a propietario de sí”, sino en la condición violenta del fascismo y sus versiones neo o post y las explicaciones que el psicoanálisis tiene que aportar para comprender el fenómeno y “las modalidades particulares del goce del liberfascismo”. Walter Benjamin escribió que “el fascismo organiza la violencia de las masas de una manera estética”.

“La violencia en el liberfascista no constituye un medio para obtener el poder, sino en la realización misma de su fantasía subjetiva (…) El liberfascista produce inconscientemente la fantasía ideológica en la cual él puede aparecer como el salvador de un mundo debilitado (afeminado) y la violencia deja de constituir un medio (no puede inscribirse ya en una relación medios-fines) y pasa a convertirse en el vehículo de goce. Toda su acción estará encaminada a sostener su fantasía y su triunfo en la forma de la violencia”. Quienes se oponen a su visión del mundo son (como sostuvo el propio Javier Milei) “liberticidas”. El liberfascismo “consiste en una gubernamentalidad bélicamente orientada, excluyente (se dirige contra mujeres, homosexuales, extranjeros) y que cristaliza en la figura de ‘el defensor de sí’, aceptando el mercado como particularidad que debe ser defendida”.

“El liberfascismo es ‘un régimen gnoseológico que elimina la verdad para dar paso a la posverdad y más precisamente al conspiracionismo’ produciendo el surgimiento de un sujeto que no vería en los otros sino meras imágenes especulares de su delirio”.

“El mundo liberal, que se afirmaba como final de la historia al haber derrotado a sus dos enemigos: fascismo y comunismo, aparece ahora como una desviación que puede ser rectificada. El nuevo fascismo ‘rectifica’ la desviación liberal, incluido su mundo de medios de comunicación y su ‘verdad’. El liberfascista se asume como una figura que opera fundamentalmente en el terreno moral; y es en él donde la ciencia (piénsese, por ejemplo, en la respuesta a la crisis del covid) y los hechos políticos deberán validarse. Más allá del reino de la posverdad, el liberfascista intenta afirmar su capacidad de producir verdad, lo que se vuelve visible en su flagrante uso de noticias falsas y de delirios conspiracionistas.”

“En su fantasía ‘el liberfascista no asume una posición de poderío solamente sobre el mundo, sino también sobre sus enemigos, sus otros’. El ‘comunista’ se erige en su enemigo fundamental, mientras que el liberal se convierte en la figura que ha fallado, siendo demasiado blanda e incapaz de contener el espíritu corrosivo de aquel. El liberfascista convoca su propio retorno al poder de cara al fracaso del mundo y al agravio que ha sufrido en su persona”. Agravio que significa, por un lado, privación del derecho de expresar su verdad (ya que en efecto el filtro liberal de lo políticamente correcto censura lo que él quiere decir); y, por el otro, su desplazamiento de las decisiones de gobierno y, por lo tanto, de su incidencia sobre el destino material del mundo. Su misión consiste entonces en recobrar el mundo, retornar al poder con los ropajes de una supuesta defensa de sí, constituyéndose como una milicia que viene a corregir violentamente el afeminamiento imperante. La violencia no constituye un medio para alcanzar algún fin último, como podría haberlo hecho cierto comunismo, ni el alto precio a pagar por la vida de la democracia, como clamaría el liberal. La violencia constituye el vehículo de un goce (jouissance), es decir, aquel disfrute más allá de toda justificación, placer o equilibrio, que motiva sus acciones. La violencia es la rectificación misma, la masculinidad que retorna tras el eclipse de las reivindicaciones feministas y afines al movimiento Lgbtt+.”

Milei, con su discurso en Davos, o hace meses con la universidad pública, tocó los límites que la sociedad comienza a imponerle.

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