Siento que hay más cosas que quiero seguir diciendo

El misterio más grande por descubrir es el hombre mismo, dicen los sabios” dice el “Chango” Spasiuk. Lo responde antes de subir nuevamente al Teatro Colón, el 25 de septiembre, para celebrar sus 35 años en la música. Spasiuk sigue hablando sobre aquello que ha descubierto de la música en estos años de carrera: “Más allá de todo lo que hay en la recreación de la música, porque es todo muy bello en la recreación de la música, en la celebración, todo lo que nos lleva a bailar y mover el cuerpo, a festejar. También hay un aspecto de la música que nos lleva a otros lugares. Estas imágenes de Atahualpa Yupanqui que te dan una oportunidad de ir a las sombras que el corazón ansía. Y eso es una experiencia personal. Y las personas, cada una de las que siempre me escuchan, y hasta me escriben, y llevan mis músicas a estados del corazón, a sus padres, a sus hogares. A mi siempre me lleva a una lugar mejor, donde las cosas son y trato de entender mi pequeña acción en la vida. También me lleva a una pregunta, para preguntarme una vez más si es esto lo que tengo que hacer.

—¿Qué te conmueve de todo esto que se esta dando camino al Colón, considerando las entradas vendidas?

—Evidentemente es una institución que tracciona. Tiene un público fiel. No es lo mismo ir a ver a otras salas, por más bellas que sean. Ir a ver un concierto en el Colón siempre genera un atractivo extra. Lo que más agradezco es la conexión de la gente y el esfuerzo de una gran parte de la gente que a pesar del contexto tan difícil de nuestro país y del momento, así y todo, de este momento económico, vienen y nos acompaña con su presencia. Eso tiene un valor que me genera un tremendo respeto. No solo en el Colón, si no lo mismo aplica a muchas otras cosas que venía haciendo. Lo del Colón ha sido una sorpresa. Se intentó agregar una segunda función, y el marco del concierto es un concierto extraordinario, entonces no hay tantos espacios. Ojalá en algún momento pueda aparecer un espacio y que podamos hacer una función más. Todo me ha sorprendido para bien, y me genera muchísima gratitud y responsabilidad. 

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—¿Qué te genera la respuesta del público, ahora y siempre?

—La gente es muy amable y muy considerada. A lo largo de estos años he construido una relación de mucho respeto. Es lo primero que tengo en cuenta a la hora de subirme a tocar. No hay escenarios pequeños, no hay contexto pequeño. Cada lugar es un lugar donde hay que estar a la altura de esas personas que vienen, que se esfuerzan, que vaya a saber de dónde vienen para formar parte de ese espacio colectivo. Uno no puede subestimar ni dar por sentado nada. Siempre hay que esforzarse desde las herramientas que uno tiene. Compartir algo que esta a la altura de las expectativas y de la relación de varios años, y que no tiene nada que ver con lo comercial, tiene que ver con los valores y el respeto mutuo.

—¿Qué sentís descubriste de la música que no esperabas que estuviera allí, al menos al comienzo de tu carrera?

—Hay tantas cosas que fueron apareciendo en el camino que nunca hubiera imaginado. Ahora estoy contestando desde La Habana, Cuba, grabando un disco con músicos cubanos. Eso estaba muy lejos de mi horizonte cuando empecé y yo tan solo quería ir a tocar a la radio, quería grabar un disco y tocar en Cosquín. Quería hacer mejor música y lo intentaba. Pero el horizonte se fue corriendo y fueron apareciendo personas maravillosas como Mercedes Sosa, como Víctor Heredia, como León Gieco, como Ramona Galarza, y músicos internacionales. Todo eso fue un regalo detrás del otro, que no estaba en mi proyección y en mi cabeza. Aparecían y cada vez que lo hacían era un estímulo para hacerme cada vez más responsable. Pero cuando me siento a tocar vuelvo a ser un niño, cuando tocó no pienso en toda la historia que cargo… cuando toco desaparezco y trato de sentirme igual a como cuando tenía diez años. De eso se trata.

—¿Cuáles son tus recuerdos del Colón? ¿A qué escenario en general, de tu vida, le tenés afecto?

—Hace 11 años atrás, cuando grabamos Tierra colorada en el Colón, es un recuerdo maravilloso y por suerte lo registramos. Pero más que recuerdos, no me la paso pensando que escenario general le tengo un afecto. Hay etapas, momentos. En algún momento que se dió para tocar con un determinado músico, mi primer concierto en Cosquín en el año 89 y que Juan Carlos Saravia de Los Chalchaleros me invite a tocar. Hay algo de mucha belleza ahí, que un tremendo grupo como Los Chalchaleros, íconos para la cultura argentina, que me invite al principio de mi camino a tocar con ellos. Tengo recuerdos maravillosos con muchas personas, hasta personas anónimas. Esas cosas me guardo. Eso me alimenta, mucho. Después está la consideración externa, la del mercado, la de tus pares, y que son bellas a su manera, porque es lindo cuando uno recibe un premio, reconocido por sus compañeros. Eso también es bello. Más que un escenario, trato de guardar en la memoria del corazón son esos cruces.

—¿Qué sentís respecto al recorrido personal que has hecho?

—-Han pasado tantas cosas, he podido decir tantas cosas. Si se puede, quiero decir un poco más. No siento que este en un descanso del guerrero sino que siento que hay más cosas que quiero seguir haciendo. No solo porque vivo de esto, y alimento a mi familia. Hay algo anímico y existencial que me da ganas de seguir haciendo y me permite seguir haciendo preguntas.

—¿Cómo ves en puntual al folklore argentino?

—Todos los folklores del mundo son bellos. Realmente, cada cultura tiene su belleza, su música, su raíz. Todos los rincones del mundo tienen su belleza. Sería un imbécil si no pudiera ver la belleza de lo que hay en otro folklores del mundo. Por alguna razón uno vibra con los folklores de donde nació, se puede mirar y celebrar la belleza de otros rincones, pero lo que me pasa con la chamamé, con la samba, con la chacarera no me pasa con otra música, con escuchar a Los Sikuris, a Los Hermanos Barrio, a Salgán, a Mercedes cantando, la guitarra de Yupanqui, las guitarras cuyanas, no sé, es como decía Atahualpa, me gusta el aire de aquí. Indudablemente la cultura de aquí es maravillosa, y la mirada desde este rincón es maravillosa. La música es una expresión de la vida, de las personas de ese lugar en el mundo.

—¿Qué sentís define al hecho de crear, y decir que uno va a ser artista?

—Me da vergüenza decir ‘soy un artista’. A lo sumo puedo llamarme músico, con las limitaciones que tengo busco mi rostro, mi construcción estética, mi sonido. Algo mío dentro de ese mundo sonoro. Pero uno no va por la vida diciendo ‘soy artista’, apenas uno puede decir que está buscando su rostro donde otros han encontrado el suyo. Esa es una tarea de toda la vida: en una nota, en un acorde, profundo como un llanto, dice Atahualpa. Pero no más que eso.

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